domingo, octubre 29, 2006

012. PADRES E HIJOS

En un remoto país y en épocas extrañas, dos padres, preocupados por la educación de sus hijos, decidieron encontrar el mejor lugar en donde pudieran llegar con el paso del tiempo a ser hombres honorables y respetados por la sociedad. Uno de ellos hizo construir un laberinto, cuyo diseño le pertenecía y del que solamente él (y la gente de su confianza) tenían el plano y conocían efectivamente la forma de moverse y salir, sin quedar aprisionados por sus paredes. El otro hizo un largo viaje y llegó hasta los límites del desierto: estaba seguro que dejando a su hijo en la absoluta libertad y en la inmensidad de un paisaje sin referencias iba asegurar el crecimiento.

El padre que encerró a su hijo en el laberinto le otorgó una seguridad absoluta pero lo ahogó entre sus muros, lo hizo tan dependiente de é, de sus planos y de sus conocimientos que en lugar de ayudarlo a madurar y a crecer le impidió cualquier movimiento, porque cada vez que intentaba desplazarse o salir chocaba con el juego eterno de las bifurcaciones y paredes, y debía recurrir a su padre o a los ayudantes.

El padre que confió en la sabiduría del desierto lo expuso a demasiados peligros y, sobre todo, no tuvo en cuenta que sin referencias ni oposiciones es imposible construir la libertad. El hijo inició varios recorridos pero perdió toda orientación, desconoció el rumbo, luchó en vano por encontrar el camino de regreso y terminó perdiéndose para siempre.

La historia dice que – tiempo después - hubo un tercer padre que tomó conocimiento de lo acontecido y entendió que para llegar a destino es necesario elegir un camino que al mismo tiempo funcione como límite y dirección. Le enseñó a su hijo a caminar y a interpretar las diversas señales del camino. Y para asegurar su crecimiento, como padre fue alternando diversas posiciones: primero marchó adelante para que el hijo supiera que la mejor opción era seguirlo y confiar en su experiencia, luego se le puso a la par y fueron compartiendo el paso y las decisiones, y finalmente lo dejó avanzar y – desde atrás, con una mirada protectora pero distante – fue alegrándose cuando supo que su hijo iba razonablemente eligiendo su propio camino. Y observó cómo emprendía el vuelo propio.
(*) libre adaptación del cuento de Borges: Los dos reyes y el laberinto