Bertrand ha subido en el velocísimo ascensor y está ahora en el último piso de la gran Biblioteca matemática de la Universidad de Oxbridge. Corre el año 2100. Bertrand observa que, empujando un enorme recipiente rodante de basura, un empleado de la institución va recorriendo los innumerables estantes llenos de libros. Va sacando ejemplar tras ejemplar, les echa un breve vistazo y, o bien los devuelve a su sitio, o los va arrojando al tacho de los desperdicios intelectuales. En un determinado momento, el hombre aquel llega al sufrido plúteo donde reposa la última semiapolillada muestra existente de los Principia Matemática, de Russell y Whitehead. El hombre extrae uno de los tres enormes volúmenes, lo examina por encima y, sorprendido quizá por los extraños e incomprensibles símbolos que allí aparecen, cierra enseguida el libro, lo sopesa una y otra vez en la mano, titubea y… Bertrand despierta jadeando, y con la frente cubierta de sudor. (Hardy. 1940. Apología de un matemático)
martes, febrero 26, 2008
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