domingo, noviembre 22, 2009

406. EL JUEGO DEL ANGEL + TODO ES RELATO

01. -Todo es un cuento, Martín. Lo que creemos, lo que conocemos, lo que recordamos e incluso lo que soñamos. Todo es un cuento, una narración, una secuencia de sucesos y personajes que comunican un contenido emocional. Un acto de fe es un acto de aceptación, aceptación de una historia que se nos cuenta. Sólo aceptamos como verdadero aquello que puede ser narrado. No me diga que no le tienta la idea. (…)¿No le tienta crear una historia por la que los hornbres sean capaces de vivir y morir, por la que sean capaces de matar y dejarse matar, de sacrificarse y condenarse, de entregar su alma? ¿Qué mayor desafío para su oficio que crear una historia tan poderosa que trascienda la ficción y se convierta en verdad revelada?

02. -Habla usted de manipular sentimientos y emociones. ¿No sería más fácil convencer a la gente con una exposición racional, simple y clara?
-No. Es imposible iniciar un diálogo racional con una persona respecto a creencias y conceptos que no ha adquirido mediante la razón. Tanto da que hablemos de Dios, de la raza o de su orgullo patrio. Por eso necesito algo más poderoso que una simple exposición retórica. Necesito la fuerza del arte, de la puesta en escena. La letra de la canción es lo que creemos entender, pero lo que nos hace creerla o no es la música.

03. Martín, las fábulas son posiblemente uno de los mecanismos literarios más interesantes que se han inventado. ¿Sabe lo que nos enseñan?
-¿Lecciones morales?
-No. Nos enseñan que los seres humanos aprenden y absorben ideas y conceptos a través de narraciones, de historias, no de lecciones magistrales o de discursos teóricos. Eso mismo nos enseña cualquiera de los grandes textos religiosos. Todos ellos son relatos con personajes que deben enfrentarse a la vida y superar obstáculos, figuras que se embarcan en un viaje de enriquecimiento espiritual a través de peripecias y revelaciones. Todos los libros sagrados son, ante todo, grandes historias cuyas tramas abordan los aspectos básicos de la naturaleza humana y los sitúan en un contexto moral y un marco de dogmas sobrenaturales determinados.
A partir de hoy quiero que empiece a leer los cuentos de los hermanos Grimm, las tragedias de Esquilo, el Ramayana o las leyendas celtas. Usted mismo. Quiero que analice cómo funcionan esos textos, que destile su esencia y por qué provocan una reacción emocional. Quiero que aprenda la gramática, no la moraleja. Y quiero que dentro de dos o tres semanas me traiga ya usted algo propio, el principio de una historia. Quiero que me haga usted creer.

04. Corelli se inclinó hacia adelante y me clavó los ojos.
-Martín, quiero que cree una religión para mí.
Al principio pensé que no le había oído bien.
-¿Cómo dice?
Corelli me sostuvo aquella mirada con sus ojos sin fondo.
-He dicho que quiero que cree una religión para mí.
Le contemplé durante un largo instante, mudo.
-Me está tomando el pelo.
Corelli negó, saboreando su vino con deleite.
-Quiero que reúna todo su talento y que se dedique en cuerpo y alma durante un año a trabajar en la historia más grande que haya usted creado: una religión.
No pude más que echarme a reír.
-Está usted completamente loco. ¿Esa es su oferta? ¿Ése es el libro que quiere que le escriba?
Corelli asintió serenamente.
-Se ha equivocado de escritor. Yo no sé nada de religión.
-No se preocupe por eso. Yo sí. Lo que busco no es un teólogo. Busco un narrador.
¿Sabe usted lo que es una religión, amigo Martín?
-A duras penas recuerdo el Padrenuestro.
-Una oración preciosa y bien trabajada. Poesía aparte, una religión viene a ser un código moral que se expresa mediante leyendas, mitos o cualquier tipo de artefacto literario a fin de establecer un sistema de creencias, valores y normas con los que regular una cultura o una sociedad.
-Amén -repliqué.
-Como en literatura o en cualquier acto de comunicación, lo que le confiere efectividad es la forma y no el contenido -continuó Corelli.
-Me está usted diciendo que una doctrina viene a ser un cuento.
-Todo es un cuento, Martín. Lo que creemos, lo que conocemos, lo que recordamos e incluso lo que soñamos. Todo es un cuento, una narración, una secuencia de sucesos y personajes que comunican un contenido emocional. Un acto de fe es un acto de aceptación, aceptación de una historia que se nos cuenta. Sólo aceptamos como verdadero aquello que puede ser narrado. No me diga que no le tienta la idea.
-No.
-¿No le tienta crear una historia por la que los hornbres sean capaces de vivir y morir, por la que sean capaces de matar y dejarse matar, de sacrificarse y condenarse, de entregar su alma? ¿Qué mayor desafío para su oficio que crear una historia tan poderosa que trascienda la ficción y se convierta en verdad revelada?
Nos miramos en silencio durante varios segundos.

405. EL JUEGO DEL ANGEL + LA VIGENCIA DE LOS RELATOS

CARLOS RUIZ ZAFON = EL JUEGO DEL ANGEL. PLANETA

EL INICIO = “Un escritor nunca olvida la primera vez que acepta unas monedas o un elogio a cambio de una historia. Nunca olvida la primera vez que siente el dulce veneno de la vanidad en la sangre y cree que, si consigue que nadie descubra su falta de talento, el sueño de la literatura será capaz de poner techo sobre su cabeza, un plato caliente al final del día y lo que más anhela: su nombre impreso en un miserable pedazo de papel que seguramente vivirá más que él. Un escritor está condenado a recordar ese momento, porque para entonces ya está perdido y su alma tiene precio.

Mi primera vez llegó un lejano día de diciembre de 1917. Tenía por entonces diecisiete años y trabajaba en La Voz de la Industria, un periódico venido a menos que languidecía en un cavernoso edificio que antaño había albergado una fábrica de ácido sulfúrico y cuyos muros aún rezumaban aquel vapor corrosivo que carcomía el mobiliario, la ropa, el ánimo y hasta la suela de los zapatos. La sede del diario se alzaba tras el bosque de ángeles y cruces del cementerio del Pueblo Nuevo, y de lejos su silueta se confundía con la de los panteones recortados sobre un horizonte apuñalado por centenares de chimeneas y raoncas que tejían un perpetuo crepúsculo de escarlata y negro sobre Barcelona.

La noche en que iba a cambiar el rumbo de mi vida, el subdirector del periódico, don Basilio Moragas, tuvo a bien convocarme poco antes del cierre en el oscuro cubículo enclavado al fondo de la redacción que hacía las veces de despacho y de fumadero de habanos. Don Basilio era un hombre de aspecto feroz y bigotes frondosos que no se andaba con ñoñerías y suscribía la teoría de que un uso liberal de adverbios y la adjetivación excesiva eran cosa de pervertidos y gentes con deficiencias vitamínicas. Si descubría a un redactor proclive a la prosa florida lo enviaba tres semanas a componer esquelas funerarias. Si, tras la purga, el individuo reincidía, don Basilio lo apuntaba a la sección de labores del hogar a perpetuidad. Todos le teníamos pavor, y él lo sabía.”


EL FINAL = “Le miré a los ojos y asintió. Sentí que se me helaba la sangre. Podía intuir las facciones, pero la mirada era inconfundible.

-Cristina, saluda a mi amigo David. A partir de ahora vas a vivir con él.

Intercambié una mirada con el patrón, pero no dije nada. La niña me tendió la mano, como si hubiese ensayado el gesto mil veces, y se rió avergonzada. Me incliné hacia ella y se la estreché.

-Hola-musitó.

-Muy bien, Cristina -aprobó el patrón-. ¿Y qué más?

La niña asintió, recordando de pronto.

-Me han dicho que es usted un fabricante de historias y de cuentos.

-De los mejores -añadió el patrón.

-¿Hará uno para mí?

Vacilé unos segundos. La niña miró al patrón, inquieta.

-¿Martín? -murmuró el patrón.

-Claro -dije finalmente-. Te haré todos los cuentos que tú quieras.

La niña sonrió y, aproximándose a mí, me besó en la mejilla.

-¿Por qué no vas hasta la playa y esperas allí mientras me despido de mi amigo, Cristina? -preguntó el patrón.

Cristina asintió y se alejó lentamente, volviendo la vista atrás a cada paso y sonriendo. A mi lado, la voz del patrón susurró su maldición eterna con dulzura.

-He decidido que iba a devolverle aquello que más quiso y que le robé. He decidido que por una vez caminará usted en mi lugar y sentirá lo que yo siento, que no envejecerá un solo día y que verá crecer a Cristina, que se enamorará de ella otra vez, que la verá envejecer a su lado y que algún día la verá morir en sus brazos. Esa es mi bendición y mi venganza.

Cerré los ojos, negando para mis adentros.

-Eso es imposible. Nunca será la misma.

-Eso dependerá sólo de usted, Martín. Le entrego una página en blanco. Esta historia ya no me pertenece.

Oí sus pasos alejarse y cuando volví a abrir los ojos el patrón ya no estaba allí. Cristina, al pie del muelle, me observaba solícita. Le sonreí y se acercó lentamente, dudando.

-¿Dónde está el señor? -preguntó.

-Se ha marchado.

Cristina miró en derredor, la playa infinita desierta en ambas direcciones.

-¿Para siempre?

-Para siempre.

Cristina sonrió y se sentó a mi lado.

-He soñado que éramos amigos -dijo.

La miré y asentí.

-Y somos amigos. Siempre lo hemos sido.

Rió y me tomó de la mano. Señalé al frente, al sol que se hundía en el mar, y Cristina lo contempló con lágrimas en los ojos.

-¿Me acordaré algún día? -preguntó.

-Algún día.

Supe entonces que dedicaría cada minuto que nos quedaba juntos a hacerla feliz, a reparar el daño que le había hecho y a devolverle lo que nunca supe darle. Estas páginas serán nuestra memoria hasta que su último aliento se apague en mis brazos y la acompañe mar adentro, donde rompe la corriente, para sumergirme con ella para siempre y poder al fin huir a un lugar donde ni el cielo ni el infierno nos puedan encontrar jamás.”