domingo, febrero 04, 2007

060. PODER, AUTORIDAD Y EDUCACION

En el plano de los hechos, autoridad y poder se encuentran indisolublemente unidos. Parece una cuestión fáctica que en todo ejercicio de la autoridad se juegue un tipo y una cuota de poder. No pretendemos ignorarlo. Pero lo que queremos desarrollar a propósito del tema autoridad y escuela es desplazar el lugar de los hechos e instalarnos en el plano de las ideas, de lo deseable, de lo posible. Porque en realidad no es una cuestión sustancial u ontológica la unión de autoridad y poder, sino una construcción que podemos desarticular para recuperar con mayor rigor el tema de la autoridad. Y el desarrollo deliberadamente pondrá en el escenario a la autoridad tratándola de despegar – por lo menos en el ámbito educativo – del poder, de los juegos del poder, de su tiranía y de sus arbitrarias imposiciones.
Alguien podrá afirmar – y escuchamos la voz de Foucault cuando interpreta la autoridad del pastor como el “poder pastoral” – que se trata de estrategias: que cuando mas despojamos de poder a la autoridad y la revestimos de todas las virtudes estamos construyendo una forma más refinada y efectiva (micro-política, en suma) de ejercer sutilmente el poder. El poder no se posee, se ejerce, no es una propiedad: es una estrategia. Excepto en los lugares sociales en donde legítimamente se ejerce (prisión), se enmascara, se oculta, se disimula. No negamos esa posibilidad pero preferimos correr el riesgo y jugar en desarrollo de las ideas en la geografía de lo deseable, aun pensando que – en estado puro – ninguna autoridad y ningún ejercicio de la autoridad se puede despegar del poder. Que no se dé, que no encontremos ningún ejemplo, no nos inhabilita la posibilidad de definirla y de imaginarla, aunque se como un ideal que – recuperando cierta metodología kantiana – no nos ofrece una vía ostensiva, sino heurística.
De alguna manera podemos afirmar que la verdadera autoridad en el ámbito de las instituciones educativas es la que puede diferenciarse del ejercicio siempre arbitrario y tendencioso del poder, que la verdadera autoridad purifica el poder, lo subordina y lo adapta a las exigencias de la educación, mientras que el ejercicio del poder como expresión absoluta subordina la educación – en todas su manifestaciones – a sus manifiestos u ocultos intereses.
“En la medida en que la autoridad se asocia con el poder se bastardea, en la medida en que pueda mantenerse distante se purifica”. Pensamos en la autoridad del padre, del maestro, del sacerdote, de quien preside una comunidad y no necesariamente deben asociarse esas presencias y estrategias al manejo del poder que implican otros lugares sociales. Cuando tenemos autoridad el acento está puesto en los otros y nos mueve la pregunta: qué podemos hacer por los demás, porque se trata de un compromiso, de una misión, mientras que cuando ejercemos el poder el eje está puesto en nosotros y en nuestras posibilidades y la pregunta es qué podemos hacer con los otros, porque se trata siempre de una oportunidad para aprovechar y explotar. Los sujetos, los hombres, están antes que el poder, pueden manejar el poder, a diferencia de lo que piensa Foucault que invierte esta lógica afirmando que no son los hombres los que emplean el poder, sino que es el poder, su distribución, sus estrategias, sus dinámicas, el que produce los sujetos; sometiéndolos, pero también haciéndolos capaces de resistirle. Puede ser una posición demasiado formal o kantiana pero no queremos renunciar a este ideal normativo. Porque solamente la presencia de este ideal normativo nos permite proseguir en el intento de educar, sin sufrir sobre nuestra tarea el estigma de su ilegitimidad.