domingo, enero 13, 2008

251. EL PASO DEL TIEMPO

Allí estaban. Allí estábamos. El sol de la mañana de verano jugaba con las sombras que se alargaban entre las tumbas. Ese era el origen. Descubrimos la lápida que recordaba a cada uno de los abuelos y sus fechas (1926, 1956, 1975) y una vieja foto que me devolvía un rostro que el tiempo había borrado. A su alrededor, otros muertos. Y mas allá el cruce entre un cementerio del siglo XIX y las demandas de los nuevos tiempos. Pero no importaba: estábamos allí para rescatar el punto de partida. Y regresaban algunos días de la infancia, un rosario de recuerdos desordenados, ciertos rostros, tardes descuidadas, casas íntimas... No había mucho para hacer: la misión estaba cumplida. Comentarios, preguntas, dudas, referencias.
Y emprendimos el regreso con la secreta esperanza de lograr identificar los caminos del pasado. Pero no: no había nada ya. La casa de los abuelos habían sido sepultada por una impersonal plantación de soja, el tajamar que oficiaba de tentación en el verano, había naufragado entre maizales florecientes. Ni siquiera el camino para ver la nada. Una casa me devolvió a ciertos días de 1960, pero sin los actores de entonces.
El pueblo (Cerrito) era otro, ajeno, distante, muerto. No estaban los de entonces: por lo tanto no existía ya, na era relevante. Dimos vueltas, sacamos algunas fotos, entramos a la iglesia, saludamos a la gente que recién estrenaba ese sábado de enero... y emprendimos la retirada. Paraná estaba a 60 km. En el auto era un momento de un viaje veloz: en el pasado era una expedición .
El irremediable paso del tiempo se lo había llevado todo. Sin mi padre, sin aquellos que alguna vez poblaron mi infancia. Con mis hijos que bebían en la fuente el paso del legado, yo me sentí mucho mas huérfano y demasiado solo.