martes, enero 29, 2008

263. BUSQUEDA

Tal vez el rostro del amor sea precisamente ese, proteico, cambiante, escurridizo. Lo vemos una vez y se nos escapa. Lo vemos como entre sombras, fugazmente. Es sólo el reflejo en un espejo, en una ventana, al pasar. El amor es un rostro, es la belleza infinita, en la satisfacción plena, en una conmoción interior que nos inunda. Es la idea platónica, el eidos, que se convierte en una existencia perfecta, ideal, arquetípica, imposible. Es un horizonte hacia el caminamos toda la vida, pero es un horizonte inalcanzable, como esos horizontes o arcoiris de la niñez (una tarde de verano los veíamos y nos prometíamos salir en su búsqueda, aunque nos hicieran desistir rápidamente de nuestro intento).
A ese amor le dedicamos nuestros esfuerzos y nuestras búsquedas mas profundas: las miradas, las palabras, los besos, los abrazos, los encuentros, los cuerpos, las uniones, los fracasos, las frustraciones, las pasiones, los deseos, las vidas compartidas, los hijos, las peleas, las reconciliaciones, la seducción, las conquistas... Y nos rodean un rosario de nombres, recuerdos, rostros, vidas, conversaciones... pero el horizonte sigue allí como esperándonos, nos sonríe desde lejos y nos desafía a seguir, a seguir, a seguir como en los lejanos días de la niñez...
Sin embargo, una mañana o una noche despertamos y allí junto a nosotros está el amor y descubrimos que ha elegido una forma , un rostro, una voz, una mirada, un cuerpo para quedarse para siempre. Una de las cosas sensible es la expresión cabal de la realidad inteligible: los mundos se encuentran, se fusionan, saltan los muros.
¿Hay una forma de saberlo? ¿Nos daremos cuenta? ¿Hay algo o alguien que vendrá a decírnoslo? ¿O, tal vez, nos sorprenda en la búsqueda la muerte, que es otra manera de crecer?