sábado, febrero 28, 2009

376. LA EDAD DE LA IGNORANCIA O DE LA INOCENCIA


Dirección y guión: Denys Arcand. Canadá. 2007. 104 min. Interpretación: Marc Labrèche (Jean-Marc Leblanc), Diane Kruger (Véronica Star), Emma de Caunes (Karine Tendance), Rufus Wainwright (el príncipe cantante), Sylvie Léonard (Sylvie Cormier-Leblanc), Caroline Néron (Carole Bigras-Bourque), Didier Lucien (William Chérubin), Macha Grenon (Béatrice), Rosalie Julien (Laurence Métivier).

Esta película constituye el cierre de la trilogía del director que no teme depositar su mirada descarnada e impiadosa sobre el mundo, la época, la sociedad en la que vivimos: La caída del imperio americano, Las invasiones bárbaras y la Edad de la Ignorancia. El mismo autor aclara que – habiendo estudiado historia – fue utilizando títulos progresivos acompañando los diversos momentos de la historiografía (Roma, los Bárbaros, la Edad Media).
Jean Marc Leblanc no tiene nada y todo lo que tiene lo puede tener solamente en sus sueños: no tiene casa (hipotecada), no tiene mujer (alejado de ella que está absorbida por sus compromisos laborales y la relación con su jefe), no tiene hijas (conectadas a sus cosas y a sus entretenimientos electrónicos), no tiene trabajo (rodeado de vigilancias y agresiones), no tiene vida saludable (viajes eternos para llegar al trabajo), ni siquiera tiene en Québec una sociedad agradable, ordenada, protectora… y en esa nada, lo único que le queda es refugiarse en el mundo de los sueños en donde puede ser él, tratado y reconocido como tal, amado como quiere ser amado y por el tipo de mujer o de mujeres que desea. O caminar por la historia buscando los momentos en los que pueda desempeñar roles protagónicos, frente a sus agresores que sufren frente a su poder. Pero esos sueños son fugaces, engañosos, torpes… que deben negociar cruelmente con la congestionamiento del tránsito, el insulto de extraños, el aburrido y desgastante trabajo en una oficina gubernamental de servicio social (atendiendo todos los males que le presentan sus interlocutores), el acoso de sus jefes, la molesta presencia de su esposa.

Los sueños no sólo no resuelven el malestar sino que lo agravan: su madre esta internada esperando una muerte que sobreviene justo cuando él ha decidido cómo cambiar de realidad… y hasta con ella aparecen los sueños imaginando un futuro – sin eufemismo – que a todos nos aguarda…

Cuando finalmente decida, romper con el trabajo, con el lugar, con su familia, con sus hábitos le dará forma otro tipo de vida, que no sabemos si es mejor, pero por lo menos sabe desprenderse de los sueños con su peso de alienación y negociar con la sencillez de un pueblo, una vida primitiva, un trabajo sencillo, junto al mar, en una casa atravesada de luz. ¿Es el final de todas las películas del director?

Hay pasajes antológicos: los sueños con la rubia que lo espera, lo valora y lo protege (lo contrario de su esposa), el relato del docente que recurre a la protección del estado por la violencia que padece por parte de sus alumnos, la relación entre la frecuencia de las relaciones sexuales y el cárcel de próstata, las exageraciones en el tema del control de la discriminación (negro – enano) las palabras del médico que – en la fantasía – le diagnostica cárcel y le anticipa todo lo que le espera de tratamientos y dolor hasta llegar a la muerte, atravesado diversas reapariciones del mal, los problemas del tránsito o las conocidas reuniones y disparatadas capacitaciones de trabajo que pretenden cambiar los hábitos laborales de los empleados públicos…