domingo, diciembre 23, 2007

237. DESPEDIDA + PALABRAS

Conozco a ANA MARIA desde la década del 80, cuando era yo un joven atrevido que estrenaba la dirección del Instituto y compartíamos – en Nación y en el Palacio Pizurno - algunos de los primeros movimientos de transformación en la formación de los docentes. ANA MARIA ya tenía historia porque su trabajo como reconocida docente, Directora e Inspectora venía de tiempo atrás. Han pasado mas de veinte años: el país, la educación, la sociedad son absolutamente distinta y nosotros los de entonces tampoco somos los mismos. Pero desde aquellos días ANA MARIA se convirtió en un referente necesario en todos y cada uno de los pasos que institucional y profesionalmente fuimos dando. Por eso es un verdadero honor y placer pronunciar estas palabras de despedida. Espero – y sé que no es fácil – interpretar las ideas y los sentimientos de todos mis colegas.

Yo quiero imaginarme las preguntas que atravesaron estos últimos días de trabajo de ANA MARIA. Interrogantes que no son sólo de ella sino que alguna vez deben formar parte de nuestra propia existencia. ¿Qué significa irse? ¿Cuándo uno se va? ¿Cuándo debe irse?¿Cuándo es lícito, legítimo conjugar esos eufemismos que nos sacan de nuestro trabajo habitual para ofrecernos otra forma de vida?¿Qué es lo que dejamos? ¿Qué nos espera?

Quien se va siempre nos deja algo. Algunos sólo un lugar vacío, otros: un legado. ¿Qué nos deja ANA MARIA? Hay trabajos, ocupaciones, oficios que solamente rozan a quienes los ejercen. La docencia no es una excepción: hay muchos que trabajan como docentes, como directores, como inspectores (hasta como ministros), pero no se les va la vida en ello. En otros se produce una verdadera identificación entre el trabajo, la profesión y el propio proyecto de vida, y no podrían pensarse siendo o haciendo otras tareas. ANA MARIA es una de esas personas. No sólo ha trabajado solamente como docente, directora o inspectora, sino que lo ha sido en el pleno y existencial sentido de las palabras. Y esa profesión fogoneada desde la vocación y encarnada como auténtico proyecto de vida es el mejor de los legados. La conjunción entre el ser, el decir y el hacer: entre la persona, las palabras y los hechos.

ANA MARIA es una sobreviviente de lo que algunos denominan “la ética de los buenos tiempos, la ética de los viejos tiempos”, cuando había menos discusiones éticas y más ejercicio de los actos morales, más puesta en acto de las responsabilidades y respeto de los derechos ajenos que reclamos por los propios derechos, más sacrificio y menos privilegios, más compromiso y entrega, y menos demandas. No quiero postular con todo esto un nostálgico regreso a un pasado definitivamente perdido, sino valorar todo lo que ha hecho posible un tipo de educación de la que ANA MARIA es una fiel representante. Tal vez – fieles a los nuevos códigos de los tiempos que corren – debamos, también como un legado convertido en mandato, recuperar esos valores en diálogo con los caracteres de la nueva edad.

Aun sabiendo que puedo caer en olvidos, no quiero dejar de destacar las virtudes o las cualidades que mas pudieron caracterizarla: el SENTIDO DE LA RESPONSABILIDAD, su VOCACION DE TRABAJO, el SACRIFICIO y la ENTREGA, la FIDELIDAD, el RESPALDO y el ACOMPAÑAMIENTO a las instituciones, la SERIEDAD EN LA TAREA, el COMPROMISO, el CONOCIMIENTO DE LAS PERSONAS, su FINO SENTIDO CRITICO y la CONFIANZA EN EL PODER DE LA EDUCACION. De esas virtudes hemos crecido y se han nutrido nuestros vínculos personales y funcionales con ANA MARIA en tiempos de profundas transformaciones.

Me viene a la memoria un conocido proverbio (dicen que es Chino) que me voy a permitir interpretar libremente: "Cuando soplan fuertes vientos algunos construyen refugios; otros construyen molinos y se ponen a trabajar", Y es verdad, la vida, la educación, los trabajos, las instituciones están atravesados por fuertes vientos… y la tentación de muchos siempre es refugiarse, encontrar un lugar donde ocultarse, amainar las velas hasta que la tormenta pase. Otros, mas combativos y atrevidos, se disponen a luchar y construyeron los molinos que transforma el viento en energía, los cambios en transformación, las novedades en oportunidad de crecimiento. Ana María tenía la rara habilidad y el criterio de saber combinar ambas acciones: porque muchas veces las instituciones, los docentes, los directores necesitábamos refugios, protección, calma, y en otras, requeríamos una autoridad fuerte que nos lanzara a la lucha, al crecimiento, al cambio. Lo supo hacer desde su función y con su estilo, armonizando y distinguiendo al conjunto, y trabajando en cada tiempo, en cada caso, en diversas circunstancias las respuestas que se requerían. Creo que eso nos hizo progresar a muchos de nosotros, poner en funcionamiento una autonomía propia de institutos adultos, cuya mayoría de edad nos permitía hacer y decidir. Sin desaparecer – como los verdaderos educadores – sabía velar desde lejos el caminar, confiando en todos.

Ya hablé de ética, pero permítanme que – fiel a mi disciplina – me dé un gustito más. Hay un rasgo de ANA MARIA que quiero destacar y que es un enfoque innovador de la ética: es la ética de la responsabilidad y el cuidado que es complementaria de las éticas de la justicia, el respeto de los derechos y la afirmación de la individualidad. El cuidado es una práctica sin espectacularidad, pero, muy efectiva. Hay una diferencia entre cuidado y sacrificio. El que se sacrifica, se priva de algo y excluye la reciprocidad, mientras que el que cuida se consagra al otro y goza de ello: al concluir las acciones se encuentra más rico, no más pobre. Cuidar al otro, hacerse cargo del otro, protegerlo para sentirse uno mismo cuidado, protegido, respaldado. El cuidado suele tener un saludable efecto bumerang... Uno va hacia a los demás y los demás regresan hacia uno. El cuidado valora al otro, recupera su iniciativa, respeta su pensamiento, se hace cargo de sus limitaciones, construye a partir de sus debilidades, promueve el crecimiento de todos. Sin envidias, sin bajezas, sin traiciones, sin mezquinos intereses. Los otros son nuestra tarea: ese es el imperativo ético de nuestro tiempo.

Un educador en su aula, un director en su institución, un inspector en su región se vuelven éticamente responsable del cuidado de los suyos. En las instituciones y en el sistema educativo, cada uno de los individuos que los componen requieren algún grado de protección y cuidado. A ANA MARIA le tocó por mucho tiempo ocupar el lugar de la autoridad y ejercerla: uno tenía la impresión de que sienmpe velaba por todos, especialmente por los más débiles, pero sin descuidar a los atrevidos, entusiastas, optimistas, a los luchadores (los guerreros de mil batallas), porque cada uno requería algún tipo de cuidado y presencia: ANA MARIA supo, cada caso, convertir el cuidado en presencia, aliento, insistencia, corrección, advertencia, prudencia, silencio, compañía.

La vamos a extrañar a ANA MARIA. Aun aquellos que desde hace algunos años – por esos cambios del sistema a los que estamos estratégicamente acostumbrados o anestesiados – no estábamos en contacto permanente con ella como en otros tiempos: extrañaremos sus llamados, sus “correos de jefatura”, las llegadas a las reuniones, sus saludos generosos, sus reflexiones, los comentarios of de record, sus “estos se lo digo como colegas y no como inspectora”, sus apasionadas advertencias, la complicidad para saber disimular problemas o conflictos, la oficina de la jefatura, sus vastos conocimientos acumulados y potenciados con el paso del tiempo: todo su saber. Lo bueno de personas como ANA MARIA es que el paso en las diversas funciones y jurisdicciones le permitió ir construyendo una cultura subjetiva, un saber atesorado e intransferible que le permitía afrontar cada problema o situación como inéditos y, al mismo tiempo, con la mirada enriquecida por las vivencias, las lecturas, los criterios del pasado de todo lo ya vivido.

Y aunque que la vamos entrañar, sabemos, sin embargo, que la mejor manera de irse es dejar una herencia fecunda: esa la manera auténtica de trascender. No trascendemos porque nos convertimos en imprescindibles o nos soñamos inmortales sino porque a nuestra sombra pudieron crecer otros árboles que cuando ya no estemos harán las mismas tareas con la eficiencia requerida.

Gracias ANA MARIA, en serio, de corazón. Para los que usamos mucho la razón, la palabra corazón tiene una resonancia muy profunda. Gracias de corazón, por todo y por todos. Gracias por las razones enumeradas y por muchas otras que seguramente los demás colegas podrían expresar con mayor amplitud, calidez y precisión que yo.
Para concluir y poder sintetizar esta simbiosis de ideas y sentimientos voy a recurrir a un poema de ROBERTO JUARROZ, que magistralmente expresa en una de sus POESIAS VERTICALES:

No tenemos un lenguaje para los finales,
para la caída del amor,
para los concentrados laberintos de la agonía,
para el amordazado escándalo
de los hundimientos irrevocables.

¿Cómo decirle a quien nos abandona

o a quien abandonamos
que agregar otra ausencia a la ausencia
es ahogar todos los nombres
y levantar un muroalrededor de cada imagen?
(…)
Quizá un lenguaje para los finales

exija la total abolición de los otros lenguajes,
la imperturbable síntesisde las tierras arrasadas.

O tal vez crear un habla de intersticios,

que reúna los mínimos espacios
entreverados entre el silencio y la palabra
y las ignotas partículas sin codicia
que sólo allí promulgan
la equivalencia última
del abandono y el encuentro.

PERGAMINO. 21 DE DICIEMBRE con todo el calor de este verano que nsos invade.