viernes, noviembre 03, 2006

016. 76 - 83 O LA DESAPARICION DE LOS VINCULOS SOCIALES

Rompieron la trama, cortaron los hilos. Y la sociedad se fue desarmando de una manera irreversible. No regresamos más al estado original. Han pasado los años y no se ha podido reconstituir la trama original. Fueron sacando uno a uno los hilos, imperceptiblemente primero, violentamente después. Y finalmente lo dejaron en nuestras manos: fuimos nosotros mismos los que rompimos el tejido: rompimos lo que quedaba, destruimos lo que comprometía, cortamos lo que nos unía.
Como esos viejos tejido: un hilo, un punto… y la prenda ya muestra el quiebre de la continuidad. Los intentos de arreglos son vanos: la trama no será la original, y frecuentemente exhibe la falla y denuncia el final del proceso. Habrá que desarticular los hilos y tejer nuevamente todo. Difícil, demasiado difícil.
Minaron nuestra confianza y generaron la desconfianza. A partir de entonces se vivió un proceso de ruptura que depositó en ambas orillas la sospecha. “Se lo llevaron. Vino la policía. Anoche allanaron la casa: por algo será”: era el quiebre estigmatizador para algunos y sus amigos y su familia…” o “Es curiosa la vida que lleva: en algo andará” era la condena para los que colaboraban directa o indirectamente con la destrucción, se sentían vencedores y soñaban con el botín material o virtual que les aguardaba. Unos acusados de entregadores, de colaboracionistas…otros acusados de violentos, de zurdos, de peligrosa izquierda, de ser portadores de ideas raras, sospechosas, subversivas de un indefinido orden… Las miradas se cruzan pero se evitan las palabras: sin dar ni pedir explicaciones. Y es el juego feroz de las traiciones, de la delación, de la entrega mutua.
En el medio – expectantes como en todas las guerras - los que pretendían mantenerse a salvo: mirando a unos y a otros, escuchando a unos y a otros… obedeciendo a unos y a otros, hablando de unos y de otros. Temiendo, sobre todo, temiendo… y siempre es peligroso el miedo.En la misma familia, en el mismo barrio, en la misma escuela, en la misma ciudad: los unos y los otros, blancos o negros, puros o impuros, salvos o condenados, cielo o infierno.Si estás vivo, si nadie te ha molestado, si a vos no te han interrogado, algo pasa, no eres de los nuestros. Si estábamos reunidos nosotros cinco… y cuando regresamos a casa nos llamaron y amenazaron a nosotros cuatro: eres tú el responsable… ¿Por qué esas tus largas ausencias? ¿Dónde estuviste los últimos días? ¿No tenían algunos amigos militares? ¿Tu hijo no militaba el JP, en la universidad, no estuvo en las movilizaciones? ¿Vos también estuviste cuando regresó y en qué bando jugabas? ¿Hiciste la denuncia? ¿No te convenía callarte y no levantar sospecha? ¿No la hiciste? ¿No tenés miedo de que te estén probando?
Entonces, la trama se comenzó a rasgar, lentamente: no nos hablemos (por las dudas), no nos veamos (por las dudas), no nos visitemos (por las dudas), no nos relacionemos mas (por las dudas), quememos lo que nos une (por las dudas), tiremos todo (por las dudas), eliminemos esas fotos (por las dudas), borremos los nombres y la memoria (por las dudas)…Demasiada prudencia para poder seguir viviendo, demasiada prudencia para que la vida pudiera tener algún sentido…
Consideramos necesario borrar todos los contactos con la vida para sobre-vivir: dejamos de vivir para sobre-vivir, abandonamos a los nuestros para sobrevivir con ajenos. Construimos otras historias: en otro lugar, con otra gente, en medio de paisajes extraños. Como no nos quedaban vínculos, como los hilos estaban cortados, los teléfonos rotos, las direcciones borradas, los nombres olvidados nunca tuvimos regreso. Nunca.
Mataron a muchos, pero sobre todo mataron socialmente a todos. Una sociedad de la sospecha y del aislamiento: no nos reunamos, no podemos, no nos conviene, evitamos hablar de ciertas cosas. Evitamos que digas lo que sabes (no queremos quie nos pase como el Mosse Millán, el cura memorioso de la obra de Sender, culpable por haberse enterado de la verdad, seguro de la traición futura, casi inmediata), evitamos que te diga lo que sé: saber nos compromete porque pesa en nuestro interior como una culpa y puede depositarme en una de las dos orillas en el momento menos pensado. Optamos por vivir solos, con nuestras culpas familiares (nos allanaron, nos revisaron, nos tomaron declaración, llevaron preso a uno o a varios), como estigma y estigmatizados, sospecha y condena. Optamos por mirar desde las ventanas entornadas o en el silencio de la noche y de la casa oscura lo que sucedía a nuestro alrededor. Solos definitivamente solos.
Nos hemos quedado con nombres huérfanos. Nombres de gente que no está con nosotros, que nunca más volvió a nuestro lado… y que no está muerta, que ha elegido - como nosotros – lugares alternativos para seguir viviendo, sobreviviendo. Nos despedimos para siempre. Nunca lo supimos. Fueron las últimas miradas, las últimas palabras, los saludos postreros, las advertencias, los lugares comunes. Quedaron algunos papeles, libros, menciones… pero nunca más nos vimos. Esos son los otros desaparecidos de nuestras vidas: los que nunca más pudimos volver a encontrar y que resuenan en nuestra memoria en ciertas noches de insomnio clandestino. Viven en otra dimensión y se han desarticulado de nuestras vidas: ¿adónde habrán ido a parar las noches de discusiones y de risas, de estrategias y de utopías y esos simples gestos cotidianos que llenaban dulcemente nuestra existencia?Que nos hayan obligado a olvidarnos de nosotros, que nos hayan obligado a sepultar en el olvido no solo las convicciones (que mutan con el tiempo) sino también los afectos, los acuerdos, las amistades, las miradas, las palabras… ¿cómo se ejercita la memoria? ¿cómo se sale al encuentro?
Es verdad que hubo historia después, pero no pudo contra nuestro olvido, contra nuestras direcciones borradas, las cartas quemadas, los libros enterrados, los nombres sepultados, la memoria anestesiada.
Entonces comprendo que es verdad, que en realidad muy poco sabían la verdad, acerca de la verdad: la mayoría encerrada estaba encerrada dentro de sí misma, necesitado de silencio y de oscuridad, tratando de no escuchar, de no ver, de no hablar. Los padres y las consignas para los hijos. Los hijos y las advertencias a los padres. Si no veo, si no escucho, si no hablo, no existe. Ya se fue, ya no está: ha sido decididamente un sueño.
No lo entenderán las generaciones posteriores, aunque crecerán en esta nutriente de la prudencia y del silencio: no te metas. Pero nunca sabrán las oscuras razones, los misteriosos laberintos de la memoria y del olvido.
Me pregunto, simplemente, si habrá otra revancha, la posibilidad de recrearnos, de lograr re-aprender, de re-apropiarnos de lo que alguna vez olvidamos…