viernes, agosto 10, 2007

156. VEINTE DIAS

Estas allí. Intacta. Nada ha cambiado. El brillo de los ojos es el mismo. Y juegan con mis ojos. Y las miradas ingresan por el amplio territorio del misterio. Ya estás aquí. Hemos regresado. Te veo venir, asomarte, saludarme. Nuevamente, como entonces. Sanos, salvos. Hemos recorrido mundos diferentes y seguramente nos hemos transformado. Pero estamos aquí nuevamente. Sobrevienen los rituales de los saludos. Sé que hay que esperar. Que sin desearlo, pero sabiéndolos, en este juego nos convertimos en los últimos. Somos - cada uno en su mundo - los que esperamos allí en la sombra hasta que los demás se hayan retirado. Y viene tu voz y tus relatos. Y brota tu sonrisa y se apodera cómplice de la mía. Y el tiempo se vuelve nada en el cruce de las palabras. Y por un momento nos olvidamos del mundo. Te veo hablar, te escucho, respondo, me entusiasmo, recuerdo, te digo mil veces que ha sido largo este camino. Nos confiamos esas cosas que solemos contarnos en ciertas tardes de invierno. Nos basta hablar y ser escuchados. Hacemos referencias a pequeñas trampas para combatir la ausencia. Pero ya estás aquí: el milagro continúa. Y me acerco y te acercas. Y nuevamente todo es posible. Estas aquí. Intacta, disponible, mía.

155. ETICA MASCULINA Y ETICA FEMENINA

“En este sentido se pronuncia C. Gilligan [...] recordando -con datos empíricos más o menos discutibles- que el modelo de progreso moral ontogenético [es decir el del individuo] no es único, tal como Kohlberg da a entender, sino que existe también un modelo 'femenino', que sigue unas etapas de desarrollo diferentes. [...] Los varones, en las democracias liberales, progresan moralmente cuando pasan de tener por justo lo que egoístamente les conviene (nivel preconvencional) a tomar por referente las normas de su sociedad (nivel convencional), llegando al nivel máximo de madurez cuando son capaces de formular principios universalistas desde los que critican las normas de su sociedad (nivel postconvencional). Se entiende aquí que el proceso de personalización es el de individualización, y que un individuo está más maduro cuando más independiente se sabe de las tramas sociales, cuando más autónomo es para sellar contratos. Las mujeres, por el contrario, maduran moralmente al tomar distintas actitudes en la compasión y el cuidado. Porque, si en el primer nivel (preconvencional) también el egoísmo es el referente, en el segundo, cuando quieren insertarse en la sociedad para que las acoja convencional), se ven obligadas a asumir las virtudes que la sociedad espera de ellas, y por eso se hacen responsables de la trama de relaciones que les es encomendada (padres, hijos, parientes enfermos). La maduración no consiste entonces en un progreso en la individualización, sino en un progreso en asumir compasiva y cuidadosamente relaciones que deben ser protegidas por su vulnerabilidad: la mujer se siente responsable de lo vulnerable y débil, que ha de proteger.Sin embargo, la fase suprema de maduración no es la convencional, sino aquel nivel postconvencional en que una mujer toma conciencia de que ella también es un ser tan digno como los restantes y está dispuesta a romper con las normas convencionales con tal de ser autónoma. La madurez vendrá, pues, cuando autónomamente se sepa responsable de la trama de relaciones en la que ella es una persona fundamental, porque no hay madurez sin autonomía y no hay madurez sin compasión y solidaridad por lo débil y vulnerable. Creo que a la altura de nuestro tiempo las dos voces [se refiere a la consideración del desarrollo moral basada en la justicia y a la basada en la responsabilidad y el cuidado, a Kohlberg y a Gilligan] son complementarias, porque no hay justicia sin compasión por lo débil ni hay solidaridad si no es sobre las bases de la justicia.

CORTINA Adela (1993: 155), Ética aplicada y democracia radical, Madrid, Tecnos