viernes, marzo 30, 2007

072. EL NOMBRE DE LA FELICIDAD

Cuando me preguntan por los momentos de la vida en qué he conocido la felicidad, siempre recuerdo - y así lo expreso - el nacimiento de mis dos hijos. La nueva vida y especialmente la vida de alguien de la propia sangre nos saca del cauce de normal de los acontecimientos y nos deposita en otra dimensión. Recuerdo la trabajosa espera del 16 de julio de 1979, desde las 9,00 a las 21,00 en que finalmente me encontré con mi primer hijo, aunque rodeado de los afectos que aguardaban su llegada.
Pero el 5 de abril de 1985, un viernes santo frío y desapacible, no lo podré olvidar jamás. En el sanatorio casi no había pacientes, no había partos programados... pero mi segundo hijo quiso nacer ese día y se anunció a la madrugada con una presurosa llegada que se ha prolongado en su personalidad y en su forma de ser. No había muchas enfermeras y el médico tardó en ella llegar. Estábamos solo con mi esposa, sin familiares ni amigos porque a las 5,30 de la mañana de un feriado largo era difícil encontrar respuestas en los teléfonos...
Jorge Sebastián nació demasiado rápido y como el personal tenía que atender a la mamá... me preguntaron si tenía donde colocarlo. En el apuro por atender al parto inmediato, no había bajado nada... Y fue alli, desde las 6,00 a las 6,45 que lo tuve en mis brazos, en su primer día, en su primera hora. ¿No es eso la felicidad? Le dije cosas, le hablaba, le agradecía a la vida, quería que ese momento fuera eterno, lo tengo grabado en mi memoria: estuve inmovil, en medio de la habitación y junto a la cama, ajeno a todo.
Cada 5 de abril, desde entonces, repetimos el ritual (a veces a la misma hora) : levanto a mi hijo por un rato y le hablo como en aquella primera hora de su vida. Confieso que ahora a los 22 año será más difícil, pero el esfuerzo bien vale la pena. Hay un íntimo secreto que nos unirá por siempre... y una delgada línea que tiende un puente entre mi vida de padre y su vida de hijo. Hay algo de eternidad, de detenerse del tiempo en todo ello. Y gozo recordándolo. Sé que él - a su manera, mientras revisa los papeles de mis escritos antiguos - también.
Ese es el nombre de la felicidad. Por lo menos de la mía. No sé si hay un común denominador para la felicidad de todos. Tal vez el común denominador sea la capacidad de descubrirla.