lunes, abril 23, 2007

074. FESTEJOS. ANIVERSARIO, PASADO

La celebración de los ochenta años de mi madre fue la oportunidad para el reencuentro. La señora de las ocho décadas se mostraba fuerte y decidida en medio de los afectos. Nos había pedido a los hijos que le organizáramos una fiesta generosa invitando a todos los familiares y amigos de la vida entera. Y así lo hicimos. Pero el golpe no fue para ella que fue manteniendo relaciones con cada uno de ellos, que supo ir acompañando el paso de la vida propia con la vida ajena. El golpe fue especialmente para mí que tuve que afrontar todos los reencuentros. ¿Cuánto hacía que no veía a algunos de ellos? ¿20, 30, 40 años? Algunos saludos muy lejanos y circunstanciales nos separaron para siempre. Es verdad que yo había partido al filo de la niñez y que volví a partir hace muchos años. No solo quedó la geografía y el hogar paterno, sino que quedaron todos los afectos. La conquista del mundo es siempre una aventura sin destino. Y fue allí, en los rostros, en las voces, en los cuerpos que desde siempre conocía pero que se volvían reflejo del paso de los años... en donde dscubrí también el paso de los años. Sin embargo no me sentí viejo, sino que me sentí pleno. Al fin me había reconciliado con mi pasado, con mi historia, con el legado de quienes me precedieron. Había hecho mi propio camino, había sido fiel a los mandatos. Regresaba con mi propia historia y con mis hijos que reproducían en sus rostros mi historia construyendo la suya.
La cena, la música, el baile, la fiesta, los saludos, las promesas, las palabras fueron llevando las horas y llenando los ojos, los oìdos y el espíritu. Fue bueno compartirlo compartirlo con mis hijos y ver que ellos se iban apropiando de esa historia, conversando, preguntando, relacionando rostros, nombres y personas con viejas historias. El cruce de las generaciones operaba el milagro: el pasado se asociaba al futuro, la historia vivida a todo lo por-venir.
Llegó el final, como en la canción de Serrat y el regreso me regaló un reposo lleno de emociones: maas allá de que - propio de una familia grande - uno de los invitados había faltado a la fiesta porque sin proponérselo, había decidido morirse en las vísperas. Con esa natural serenidad y resignación de los años, mi madre - desde los 80 - solamente dijo: es la vida, ayer reimos y hoy lloramos... lástima que no pudo estar con nosotros...
Cuando regresaba - domingo por la noche, autopista neblinosa y con llovizna - mi cabeza y mi memoria cruzaba miles de sensaciones... Algo muy fuerte sucedió este fin de semana.