martes, junio 19, 2007

124. DIA DEL PADRE

Están allí, festejando conmigo. No importa si es el día del padre: es la excusa para que nos encontremos y nos abrazacemos. Y me gusta sentirlos y abrazarlos. Como me gusta recibirlos cada vez que voy a buscarlos y demorar el abrazo cuando los despido. Son mis hijos. Qué mas le puedo pedir a la vida. La vida generosa me ha regalado otros milagros. Pero estos han sido dos milagros buscados y deseados. Y asi lo disfrutos. Puedo sentarme con ellos, encontrarme un momento para hablar de nosotros, de mis cosas y de sus cosas. Mirarlos a los ojos (como miro a las personas que realmente quiero) y decirles: ¿Como andás? ¿Cómo andan tus cosas? Y sé que fluye lo que tiene que fluir y las confesiones se detienen en el lugar exacto porque cada uno defiende su territorio y cierra las puertas que debe cerrar. Me preguntan por mis cosas, se alegran con mis alegrías y sufren con mis problemas. Sobre todo hay mucha complicidad: mas allá o mas acá de la autoridad que me reconocen y me reclaman, del respaldo que requieren para los momentos claves, del consejo oportuno, del llamado, podemos reir juntos, disfrutar juntos. Los mismos chistes, el juego de palabras, la mirada pícara, las carcajadas. Uno sólo ríe con los que ama. Y es verdad: lo noto con ellos. Me quedarán por siempre los paseos de la infancia, recordadas vacaciones, los asados y los días en la quinta, las largas caminatas por Buenos Aires, las películas compartidas, los partidos en Avellaneda (con sus rituales previos y sus rituales posteriores), compartir la alegría de los goles y el fastidio de la derrota, y hasta algunas lluvias y los regresos en prolongados viajes en colectivo. Y hasta los silencios que solamente se soportan cuando quien está a nuestro lado disfruta del silencio. La misma vida que nos permitió compartir el crecimiento, nos permite encontrarnos para hablar de las mismas cuestiones intelectuales, recomendarnos autores, libros, música o películas, discutir de polìticas o de convicciones religiosas. Ojalá les contagie las gana de vivir y de jugarse todas las alternativas, sin temor algunos, con cierto atrevimiento... pero que ellos - como ahora - vayan construyendo su propio camino segùn su propia ingeniería, aunque a veces me reclamen para que los ayude a quitar alguna piedra del camino o para apurar alguna máquina demorada en la construcción. Es bueno ser padre, ser padre de mis hijos y serlo - por extensión - de quienes por razones del corazón forman parte de mi entorno.