domingo, enero 07, 2007

MUERTES Y OTRAS HISTORIAS

¡Qué solo se quedan los muertos! La tarde de verano explotaba en verdes y en brotes. Demasiada vida para tanta muerte. El calor poblaba el paisaje y los cuerpos y el brillo del último sol de la tarde tenía una belleza extraordinaria. Y sin embargo estaba allí, en el cementerio-parque para repetir las ceremonias del adiós. Un antiguo amigo que ya había dejado de serlo, pero del que guardaba algunos borrosos recuerdos que no podía silenciar. Todos estábamos allí como si el tiempo no hubiera pasado... pero sí, el tiempo había pasado. Demasiado. El lento desplazarnos por el verde del césped, esquivando el mármol de las tumbas... y , uego, el hueco y la ceremonia. Los llantos, los silencios, las flores, algunas palabras innecesarias, el mecanismo que se encargó depositar el cajón en el interior de la tumbas, las lágrimas y los sollozos, los rituales del adios. Los saludos, la despedida.
Y vienieron a mí todas las otras despedidas, especialmente aquellas que me dejaron huérfano, solo, abandonado. Pienso en Cristina que me mira desde una foto familiar y ese denso silencio de despedida en una tarde ya lejana, y las ganasde querer llevármela, de no dejarla allí. Resuenan las voces de Hernández en su Elegía por el amigo muerto. Esa sensación de no poder sacarlos y despertarlos, de dejarlos allí a la intemperie, desprotegidos y sin cuidados. Y uno sufre y llora y no sabe si lo hace por uno mismo que se va vacío, con esos espacios que habrá que disimular y llenar... o por esa sensación de soledad, de aislamiento, de encierro en que dejamos a los que alguna vez - de modos diversos - amamos...
Ya no podía mirar atrás. Darme vuelta hubiera sido regresar a todos los momentos dolorosos de la vida: el sol jugaba con los últimos árboles en el horizonte, y yo me sentía menos vivo y terriblemente abandonado.

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