lunes, agosto 20, 2007

160. EL MITO DEL ETERNO RETORNO + MUY LEJOS DEL FINAL

Es la necesidad permanente de volver, de regresar, de recrear. Uno no puede resignarse que la primera vez, la única vez, la última vez es la definitiva, que se ha jugado todas las cartas en ese juego y que, mas allá del resultado de la partida, anda a la búsqueda de otra oportunidad. Así sucedió en un lejano 1972, del que casi ya no quedan ni recuerdos ni testigos... y así anda merodeando por nuestras vidas en este invierno demorado. Uno tiene la impresión de que es necesario comenzar nuevamente y sentirle el gusto al amor, al deseo, a la ansiedad. Es verdad que guarda en el recuerdo vestigios de momentos análogos, pero parecen definitivamente sepultados. Tiene la extraña sensación de que ya nada puede pasar, que - aunque lejano - solo le resta aguardar el final. Y entonces lo sobresalta el interés por volver nuevamente a crear el ciclo. Y armar el cuerpo de las antiguas energías y salir a buscar territorios desconocidos y llenar de besos los lugares que nunca había descubierto, y descubrirle el sonido a las propias palabras y a las ajenas. Y las risas, y los llamados y los mensajes, y la espera, y la fuerza de la vida.
Debe ser eso, nos decimos, ese debe ser ese el secreto de la fuerza que nos mueve mas allá o mas acá de la geografía habilitada. Tal vez sea una explícita renuncia a la avaricia, a la usura, a la propiedad propiedad privada, y la deliberada opción por la pluralidad: y el cuerpo vuelve a ser una posibilidad, un ofrecimiento, un diálogo. Y descubre que la piel aun está viva, que los labios o la lengua son un torbellino a la búsqueda de oposiciones. Y la síntesis dialéctica proviene de una antítesis que hemos modificado, sustituido, construido, desplazando o eliminando la anterior. Visible e invisible. Y entonces estamos nosotros dos, sin saber cómo se producen los milagros, sin intentar remover el pensamiento para buscar razones o reconocer culpas, con todos los sentidos puestos en el nuevo ciclo, sobreviviendo de los ciclos anteriores, de los movimientos de la dialéctica del pasado. Y estamos imaginando el futuro, llenando de presente, de intensidad, de entrega, de riesgos, de maratónicos encuentros nuestras vidas. Debe ser el mito del eterno retorno. No nos bañamos nunca dos veces en el mismo río. Nunca amamos dos veces los mismos labios. Ni miamos los mismos ojos. Ni escuchamos las mismas voces. Ni pronunciamos las mismas palabras. Los "te amo" siempre son distintos. No abrazamos tres veces el mismo cuerpo. No hacemos nunca el amor de la misma manera. No vivimos nunca la misma vida... y si a pesar de todas las leyes de la ontología: besamos los mismos labios, abrazamos el mismo cuerpo, repetimos el ritual del amor, vivimos para siempre la misma vida... es que - en cierto modo, de muchos modos - ya nos hemos muerto y no lo sabemos y jugamos a sobrevivir la misma vida en días que se repiten a sí mismos.
Estoy viajando. Suena en el CD un repertorio de canciones que nos agradan. Pienso en este saludable retorno - el tuyo, el mío - y me sonrío, mientras la niebla me impide avanzar a mas velocidad. La niebla es la vida misma... y yo me atrevo, piso el acelerador, salgo a la búsqueda de la eternidad, del infinito. Y canto las canciones que ya comienzo a reconocer. No sé por qué no estás a mi lado viajando. O estás y no te veo. Pero sé que por fin hay un lugar en donde elijo quedarme para siempre. Creo que es un lugar común: vos tambien me decís que querés quedarte para siempre.

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