domingo, junio 08, 2008

310. EXPIACION, DESEO Y PECADO


En Inglaterra, en una fastuosa casa victoriana, rodeada de parques generosos, y en el verano de 1935 (bajo la amenaza de la segunda guerra mundial), la joven Briony Tallis (13 años) es testigo del juego de seducción entre Robbie, el hijo de un sirviente, y Cecilia, su hermana mayor. La envidia y los celos que esta relación le provoca, la convierte en una mirada vigilante que se ocupa de curiosear en sus furtivos encuentros. Esa situación la lleva a una situación inesperada: un delito requiere un culpable y Robbie es acusado injustamente por Tallis. A sus 13 años, la chiquilla es una potencial escritora gracias a su talento y su enorme capacidad de imaginación. Y a su vez registra fielmente todo lo que sucede a su alrededor, aunque tiene una gran capacidad para interpretar todo y darles los giros que se le ocurre. Esas miradas – recurrentes en toda la película – desde las ventanas, con un sartreano mirar sin ser mirado (furtivamente, detras de las cortinas, a través de puertas entreabiertas), sorprender y apresar a la víctima de la mirada para dominarlo con el conocimiento de episodios privados o los secretos es uno de los rasgos de la personalidad de la niña que lamentará toda su vida ese juego de verdad y ficción, de literatura y realidad, de testimonio y verosimilitud que opera en la condena que lleva al joven muchacho (de una clase social inferior) a la cárcel, a la guerra, a la separación de su amor y al inesperado final. La historia de amor adolescente que se está tejiendo entre su hermana Cecilia (Keira Knightley) y Robbie Turner (James McAvoy), el hijo de la ama de llaves de la casa donde viven tiene un futuro incierto, pero la reacción de la niña – que camina velozmente por las amplias dependencias de la casa - presa de sus caprichos y de sus sentimientos ocultos por el muchacho, provoca una serie de malos entendidos y arma un compromiso indestructible pero un reencuentro incierto.
Lo que llama la atención de la película es este juego de versiones, de miradas, el cruce de lo que se ve y lo que efectivamente sucede, el presente y el pasado, el presente reciente y el pasado inmediato. Como si la vida nos diera la posibilidad de rebobinar, de revisar con atención que es lo que ha pasado o está pasando.
No es solo un juego de tiempos, de pensamiento que regresan, de recuerdos que se mezclan con el presente en una mente afiebrada. No: es algo mas. La mirada no lo puede abarcar todo, hay algo nouménico en ella, siempre hay cosas que se nos escapan, que no se nos convierten en fenómeno. Las imágenes que vuelven nos permiten atrapar la realidad, mas fenómenos (la fuente, la biblioteca, el encuentro en la ciudad, la presencia fantasmal en una humilde casa de un barrio de Londres, la misma guerra).
Si la escritura abre el relato, si el sonido de la máquina de escribir marca el ritmo de la música y es la música misma, si la escritura cierra la película. Si la película es la historia que se cuenta en la novela que se presenta sobre el final, novela que Tallis ha pretendido escribir toda su vida (porque es en realidad una forma de construir y expiar su propia vida), la realidad no puede ser tal, sino que lo verosímil, lo conjetural es lo que asoma detrás de las escenas… y es lo que en definitiva nos sorprende al final, al tiempo que nos deja con las manos vacías, con un amor que se define como posibilidad, nunca como realidad.
La diferencia de clases, la crueldad de la guerra, la tarea de las enfermeras junto a los soldados que regresan a sus hogares contrasta con esa cosntrucción majestuosa que se eleva sobre el parque de un verde impecable y en la que circulan los miembros de una sociedad aristocrática y segura.
Conocer es construir, recordar es dar versiones y dar versiones es decidir la vida de los otros. Las miradas salvan o condenan, nos descubren o nos sumergen en el infierno (Sartre). Los hechos nos condenan: no podemos regresar a ellos – como regresan las escenas – para reconstruir la versión indicada. Historia y película son el eco de la vida misma.

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