miércoles, julio 09, 2008

321. DE PRONTO, MI PADRE

No sé por qué hoy. Pero apareció hoy en mi. Y reconocí una enseñanza de mi padre que - a su modo - me ha ayudado a hacerme quien soy. Siempre digo que, cuando sufro algún contratiempo, un fracaso, una derrota, un revés, una respuesta o una decisión que no me agrada, soy como el boxeador a quien le han pegado un golpe justo, se ha tambaleado, ha comenzado a caer, pero quiere seguir luchando. Sé que esperaré en el suelo, arrodillado la cuenta reglamentaria, pero con la conciencia dispuesta a seguir la pelea, a continuar la lucha. No me dejo vencer. Nunca.
Hay un hecho lejano que - ¿por azar? - apareció hoy. El 6 de enero de 1975 mientras viajábamos en auto por la autopista Rosario - Santa Fe en un Renault 6 verde, una maniobra desafortunada de un conductor que cruzó su auto y su casa rodante en la mitad de la ruta, produjo un choque de graves consecuencias. Creo que fue la única vez que tuve un choque. Aun recuerdo el lugar: frente a la isla de servicios del automóvil club y del YPF. Yo manejaba y no sufrí golpe alguno, pero quienes me acompañaban sufrieron diversas heridas y golpes con consecuencias diversas. Cuando debimos organizar el duro regreso a casa, convirtiendo las minivacaciones en una condena, llamé a mi padre que llegó muy rápidamente al lugar y que me ayudó a resolver todo lo que se podía resolver. Sobre todo, se tomó todo el tiempo para traernos a los pasajeros y el equipaje nuevamente a casa, a pesar de que estábamos muy lejos, mientras los diversos servicios nos traían el auto seriamente averiado.
Ya por la noche, optamos por retornar juntos a la ciudad y a la casa que nos esperaba. Yo seguía conmocionado por lo sucedido; sobre todo me sentía responsable de los eventuales daños causados. Y allí apareció mi padre. Con pocas palabras y mínimos comentarios: cuando pasamos la ciudad de Rosario y tomamos la autopista me dijo: "Tomá, seguí manejando vos. Es la única forma en que no vas a recordar lo que pasó".
Ahora a la distancia, me había dado esa lección que yo trasladé a todos los campos: hay que reaccionar, sobreponerse, volver. Es la única manera de vivir y de vencer.
Mi padre murió en el 83 y no pudo compartir muchos buenos momentos de mi vida, especialmente aquellos en los que - sobrepuesto a alguna contrariedad - lograba conquistar lo que ansiaba. Y me hubiera gustado decirle que él era también responsable de todos esos logros. Pero, a veces, en la vida, hay cosas que llegan demasiado tarde. Y no es posible.

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