miércoles, julio 23, 2008

324. ENCENDER CANDELAS

Alguien ocupa el lugar. Lo ocupa legítimamente. Reina en el territorio, aunque se encargue de demarcarlo permanentemente. Vigila, pregunta, advierte, castiga. Defiende la propiedad privada como cosa exclusiva. Tiene argumentos y razones. Las exhibe y las recuerda.
Y es verdad, a veces, uno anda por la vida encendiendo candelas adicionales, por las dudas, para no quedarse sin luz. No le basta que brille la luz principal, que lo ilumine todo, que todo lo satisfaga: prefiere asegurarse con candelas adicionales.
Y entonces aparece un llamado, un correo, un mensaje. Nada serio, nada comprometedor, nada seguro, pero un tanto ambiguo. Como si uno entornara la puerta y la dejara casi abierta, o casi cerrada como a la espera. No dará ningún salto, no golpeará, no saldrá al pasillo, pero la puerta juega con apertura, ese hilo de luz o de aire o de libertad.
Y entonces, un llamado, una visita, una mirada, algunas palabras, ciertas insinuaciones se convierten en encendedores de candelas o en sus alimentos naturales... especialmente cuando - en otro lugar del mismo pasillo y en la misma noche - alguien también deja la puerta entreabierta, sin cerrar, tentadora, como esperando. Sólo se trata de dar el primer paso, atreverse: luego, todo está permitido.
Tiene razón: alguien ocupa el lugar y anda visitando las noches y los pasillos cerrando todas las puertas, asegurándose de que no haya grietas, ni tentaciones, ni oportunidades. Para dormir tranquila y disfrutar del territorio.

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