jueves, julio 16, 2009

397. ANIMAL MORIBUNDO (2)


PASO DEL TIEMPO Y VEJEZ = ¿Puedes imaginar la vejez? Claro que no. Yo no lo hice, no pude hacerlo, no tenía idea de cómo era. Ni siquiera una falsa imagen: ninguna imagen. Nadie quiere que sea de otra manera. Nadie quiere enfrentarse a nada de esto antes de que deba hacerlo. ¿Cómo van a salir las cosas? Es comprensible que cualquier etapa de la vida más avanzada que aquella en la que uno se encuentra sea inimaginable. En ocasiones estás en la mitad de la etapa siguiente antes de percatarte de que has entrado en ella. Y, además, las etapas anteriores de la progresión ofrecen sus compensaciones. E incluso así, la zona del medio intimida a mucha gente. Pero ¿y el final? No deja de resultar interesante que sea la primera vez en toda tu vida en que te hallas totalmente fuera mientras estás dentro. Al tiempo que observas continuamente tu decadencia (si eres tan afortunado como yo), en virtud de una vitalidad que no remite te encuentras a considerable distancia de la decadencia, incluso te sientes airosamente al margen de ella. Es inevitable, desde luego, que haya una multiplicación de las señales que conducen a la desagradable conclusión, y no obstante, a pesar de ello, permaneces al margen. Y la fiereza de la objetividad es brutal. Es preciso distinguir entre el morir y la muerte. Si uno está sano y se encuentra bien, el morir es invisible. El fin que es una certidumbre no se anuncia necesariamente de un modo llamativo. No, no puedes entenderlo. Lo único que entiendes acerca de los viejos cuando no eres viejo es que su época los ha marcado. Pero entender sólo eso no hace más que inmovilizarlos en su tiempo, y por ello equivale a no entender en absoluto. Para quienes todavía no son viejos, ser viejo significa que has sido. Pero ser viejo también significa que, a pesar de haber sido, además de haber sido y aunque hayas sido en exceso, sigues siendo. Lo que has sido está muy vivo. Todavía eres, y te obsesiona tanto el ser todavía y su plenitud como el ya haber sido, lo pretérito. Considera la vejez de este modo: que tu vida esté en juego es un hecho cotidiano. Uno no puede eludir el conocimiento de lo que le aguarda dentro de poco. El silencio que le rodeará para siempre. Por lo demás, todo es lo mismo. Por lo demás, uno es inmortal mientras vive. “

“Hasta no hace muchos años existía una manera preconcebida de ser viejo, como existía una manera preconcebida de ser joven. Ya no prevalece ni una ni otra. Ha tenido lugar una gran lucha por lo permisible y se ha dado un gran vuelco. De todos modos, ¿debería un hombre de setenta años involucrarse en el aspecto carnal de la comedia humana? ¿Ser un hombre mayor que rechaza sin disculparse la vida monástica, todavía susceptible de excitarse humanamente? No es ésa la condición simbolizada en otro tiempo por la pipa y la mecedora. Tal vez todavía ofende un poco a la gente quien no se rige por el viejo reloj de la vida. Comprendo que no puedo contar con la consideración virtuosa de otros adultos. Pero ¿qué puedo hacer ante el hecho de que, por lo que puedo decir, no hay nada, absolutamente nada que se apacigüe, por muy viejo que sea uno? “(PHILIP ROTH: EL ANIMAL MORIBUNDO)

MORALIDAD: “Por cierto, la moralidad de Consuelo era incongruente. Recuerdo que por entonces George O'Hearn, el poeta, un hombre casado con la misma mujer durante toda su vida, tenía una amiga en el barrio de Consuelo, y él se encontraba allí, en el centro de la ciudad, desayunando con su amiga en una cafetería, y Consuelo, al verle allí, se enfadó. Le reconoció por la foto de la contraportada de un nuevo libro suyo que entonces estaba sobre la mesilla de noche al lado de mi cama, y sabía que yo le conocía. Aquella noche vino a verme. «He visto a tu amigo. A las ocho de la mañana estaba con una chica en un restaurante, besándola... y está casado.» Para esta clase de cosas era de una trivialidad predecible, mientras que actuaba con independencia de las convenciones en su relación con un hombre treinta y ocho años mayor que ella... Como no podía ser de otra manera, en el fondo estaba insegura de sí misma y, en ocasiones, se sentía fuera de lugar; no obstante, le estaba sucediendo algo especial, algo grande, sucedáneo, imprevisto, que halagaba su vanidad y alimentaba su confianza y, por excitante que fuese, no parecía trastornarla (como me sucedía a mí).” (PHILIP ROTH: EL ANIMAL MORIBUNDO)

CELOS = “¿Cómo sé que un hombre joven se la llevará? Porque en otro tiempo fui el hombre joven que lo habría hecho. En mi juventud no era susceptible. Otros se volvieron celosos antes, pero yo pude protegerme de ello. Les dejaba que se salieran con la suya, confiando en que me impondría mediante el dominio sexual. Pero los celos, claro, son la trampilla que da acceso al contrato. Los hombres responden a los celos diciendo: «Nadie más la tendrá. La tendré yo... me casaré con ella. La cautivaré de ese modo. Mediante la convención». El matrimonio cura los celos. Por eso lo eligen tantos hombres. Porque no están seguros de esa otra persona, le hacen firmar el contrato: No haré, etcétera.
(…)
Un hombre joven dará con ella y se la llevará. Le veo. Le conozco. Sé lo que es capaz de hacer porque ese hombre soy yo a los veinti-cinco años, todavía sin la esposa y el hijo; ese hombre soy yo sin curtir, antes de que hiciera lo que todos los demás hacían.” (PHILIP ROTH: EL ANIMAL MORIBUNDO)

SEXUALIDAD Y MATRIMONIO: “En la época de mi adolescencia y juventud, uno no era un hombre emancipado en el terreno sexual. Eras un allanador de moradas. Eras un ladrón en el ámbito sexual. «Pulías» una sensación. Robabas sexo. Engatusabas, rogabas, halagabas, insistías... tenías que luchar por cada relación sexual, contra los valores si no contra la voluntad de la chica. Las normas exigían que le impusieras tu voluntad. Así le enseñaban a ella a mantener el espectáculo de su virtud. Que una chica corriente se hubiera ofrecido voluntaria, sin una insistencia interminable, a romper el código y realizar el acto sexual, me habría confundido. Porque nadie, ni de uno ni de otro sexo, tenía la menor intuición de una herencia erótica. Eso era algo desconocido.”(PHILIP ROTH: EL ANIMAL MORIBUNDO)

“Mira, los hombres heterosexuales que se casan son como sacerdotes que se integran en la Iglesia: hacen voto de castidad, sólo que, al parecer, sin saberlo hasta tres, cuatro o cinco años más adelante. La naturaleza del matrimonio corriente no es menos sofocante para el heterosexual viril (dadas las preferencias sexuales de un heterosexual viril) que para el gay o la lesbiana. Aunque ahora hasta los gays quieren casarse. Y hacerlo por la Iglesia, con doscientos o trescientos testigos, y esperar a ver qué resulta del deseo que los llevó a ser gays en primer lugar. Esperaba más de esa gente, pero es evidente que también ellos carecen de una visión realista de las cosas. Aunque supongo que en su caso también tiene que ver con el sida. El auge y la caída del condón es la historia sexual de la segunda mitad del siglo XX. El condón ha vuelto. Y, con el condón, ha regresado todo lo que saltó por los aires en los años sesenta. Aunque supongo que en su caso también tiene que ver con el sida. El auge y la caída del condón es la historia sexual de la segunda mitad del siglo XX. El condón ha vuelto. Y, con el condón, ha regresado todo lo que saltó por los aires en los años sesenta. ¿Qué hombre puede decir que disfruta del sexo usando condón de la misma manera que lo disfruta sin él? ¿Qué placer encuentra en eso? (…)

“Para librarse del condón, han de tener una pareja estable, por lo tanto se casan. Los gays son militantes: quieren el matrimonio y quieren abiertamente enrolarse en el ejército y ser aceptados. Las dos instituciones a las que yo odiaba. Y por el mismo motivo: la reglamentación. La última persona que se tomó estas cuestiones en serio fue John Milton, hace trescientos cincuenta años. ¿Has leído alguna vez sus opúsculos sobre el divorcio? En su época, le crearon muchos enemigos. Están aquí, están entre mis libros, con los márgenes llenos de anotaciones que hice en los arios sesenta. «¿Nos abrió el Salvador esta azarosa y accidental puerta del matrimonio para cerrarla sobre nosotros como si fuese la puerta de la muerte...?» No, los hombres no saben nada (o actúan de buena gana como si no lo supieran) del lado duro y trágico de aquello en lo que se meten. En el mejor de los casos se dicen estoicamente: «Sí, comprendo que más tarde o más temprano prescindiré del sexo en este matrimonio, pero lo haré a fin de obtener algo distinto y más valioso». Pero ¿com-prenden qué es lo que desechan? Ser casto, vivir sin sexo... bien, ¿cómo encajarás entonces las derrotas, los compromisos, las frustraciones? ¿Ganando más dinero, ganando todo el dinero que puedas? ¿Teniendo todos los hijos que puedas? Eso ayuda, pero no es en absoluto como lo otro, porque lo otro se basa en tu ser físico, en la carne que nace y la carne que muere, porque sólo cuando jodes te vengas de una manera completa, aunque momentánea, de todo cuanto te desagrada de la vida y todo cuanto te derrota en la vida. Sólo entonces estás más limpiamente vivo y eres tú mismo del modo más limpio. La corrupción no es el sexo, sino lo demás. El sexo no es sólo fricción y diversión superficial. El sexo es también la venganza contra la muerte. No te olvides de la muerte. No la olvides jamás. Sí, también el poder del sexo es limitado. Sé muy bien lo limitado que es. Pero, dime, ¿qué poder es mayor que el suyo?”

SUMERGIDOS EN EL TIEMPO: “El paso del tiempo. Estamos nadando, sumergidos en el tiempo, hasta que al final nos ahogamos y desaparecemos. Esta nadería convertida en un gran acontecimiento, mientras Consuelo está aquí y padece el mayor acontecimiento de su vida. El Gran Final, aunque nadie sabe el final de qué, si es algo, y desde luego nadie sabe qué es lo que comienza. Es una alocada celebración de nadie sabe qué. Sólo Consuelo lo sabe, porque ahora Consuelo conoce la herida de la edad. Envejecer es inimaginable excepto para quien envejece, pero esto ya no es así para Consuelo. Ella no mide ya el tiempo como los jóvenes, mirando atrás, al punto de partida. El tiempo para los jóvenes siempre está constituido por lo pasado, pero en el caso de Consuelo el tiempo es ahora el futuro que le queda, y ella no cree tener ninguno. Ahora mide el tiempo contando hacia delante, contando el tiempo por la proximidad de la muerte. La ilusión se ha roto, la ilusión metronómica, el pensamiento consola-dor de que, tictac, todo sucede a su debido tiempo. Su sentido del tiempo es ahora el mismo que yo tengo, acelerado e incluso más desesperanzado que el mío. De hecho, se me ha adelantado. Porque yo aún puedo decirme: «No voy a morir durante cinco años, tal vez diez años. Estoy en forma, me siento bien, incluso podría vivir veinte más», mientras que ella...
El cuento de hadas más encantador de la infancia es el de que todo sucede en orden. Tus abuelos se van mucho antes que tus pa-dres y éstos mucho antes que tú. Si tienes suerte, las cosas pueden salirte así, la gente envejeciendo y muriendo en orden, de modo que en el funeral mitigas tu dolor pensando que esa persona ha tenido una larga vida. Ese pensamiento no hace que la extinción sea menos monstruosa, pero es el truco que empleamos para conservar intacta la ilusión metronómica y tener a raya la tortura del tiempo: «Fulano ha tenido una larga vida». Pero Consuelo no ha sido afortunada y por ello se sienta a mi lado, condenada a muerte, mientras el jolgorio que dura toda la noche se despliega en la pantalla, una histeria infantil manufacturada que pretende hacer frente al futuro ilimitado de una manera que los adultos maduros, con su melancólico conocimiento de que tienen un futuro muy limitado, no pueden secundar. Y en esta noche demencial nadie puede tener un saber más melancólico que el suyo.” (PHILIP ROTH: EL ANIMAL MORIBUNDO)

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