domingo, agosto 26, 2007

164. EL MUNDO EN QUE VIVIMOS

”En el libro que acabo de publicar (BREA JOSÉ LUIS : cultura_RAM. mutaciones de la cultura en la era de su distribución electrónica), investigo un cambio muy profundo en la función que cumple la cultura. Cada vez se ocupa menos de garantizar que los hallazgos se conserven y transmitan de una generación a la siguiente y, en cambio, desarrolla una tarea más inventiva. Esto lo relaciono con dos formas de memoria. Por un lado, la memoria de archivo, la que podríamos identificar con el disco duro de la computadora: una memoria de inscripción, de registro, ligada con la idea de monumento, que tiene esa función rememorativa y de repetición. La otra es la memoria inventiva, la memoria RAM, de proceso, que gestiona los datos para producir enunciados nuevos. En nuestro tiempo, la cultura está teniendo esta función productiva, creativa, que nos ayuda a enfrentar escenarios novedosos. Su objetivo último no es repetir una tradición, sino ayudarnos a habitar lugares nuevos.
Las instituciones culturales no nos preparaban para habitar el presente, sino para habitar el pasado en el presente. Eso nos excluía del presente como invención. En cierta forma, la cultura contemporánea está instaurando todo lo contrario: el desafío de enfrentarse a un mundo que no se conoce. Esta nueva condición de la cultura permite una forma de acercamiento mucho más cotidiano a las formaciones culturales. Somos nosotros los que estamos inventando la cultura de nuestro tiempo y no parece que tengamos detrás esa vieja figura, esa tradición que nos enseñaba cómo habitar el mundo.
La función principal de los Museos de Arte ya no es la de hacer colecciones. Lo que se le pide es que sea capaz de generar tensiones de interpretación, que ponga en contacto la diversidad cultural. Los centros de exposiciones temporales tienden a sustituir a los museos. Estos últimos serían memorias ROM; los centros, memorias RAM. También están las universidades, que tradicionalmente tenían la misión de custodiar el saber. Hoy en día, en cambio, suelen ser unidades productivas; el trabajo de investigación es casi tan importante como el de la docencia. Incluso podríamos hablar de una constitución RAM en la escena de los afectos, que cada vez está menos clausurada en modelos de repetición o en formas estabilizadas de organización. Por el contrario, las estructuras afectivas son cada vez más móviles, más abiertas a la producción de redes.
Las memorias de proceso no son memorias sin memoria, sino que son memorias activas. Creo que hay que conocer el pasado, alimentarse y nutrirse de él. Pero nunca para reproducirlo ni restaurar viejos esquemas. Digamos que una memoria RAM en el ordenador no existe como tal: tú tienes un programa, que es un operador eficiente de relaciones entre datos. Pero esos datos se tienen que sacar de algún sitio. Cuando trabajas con la memoria de proceso, rescatas los datos que trae la memoria de archivo, los pones a funcionar y gestionas nuevas ecuaciones. El pasado, en ese sentido, es un instrumento de nutrición que enriquece la memoria de proceso, sin que la lógica de relación que tengas con ese pasado sea la de reproducirlo como si la única manera de vivir el presente fuera reconstruyendo aquello que ya pasó. Por otra parte, creo que, gracias a los desarrollos sociales de la Web, el blog o el wiki, la cultura contemporánea tiende a ser coproducida por sus propios consumidores. Esto diseña un escenario al menos potencialmente más democrático. Hay que trabajar para que se extiendan estas posibilidades alternativas.
No concuerdo con esa postura que dice que Wikipedia, por ejemplo, va a ser siempre un mecanismo más trivializador de los contenidos que una enciclopedia hecha por autores de gran reputación. Creo que los mecanismos de depuración editoriales derivados del contraste de las opiniones van a lograr que suban los niveles de exigencia crítica. El tiempo irá demostrando que no es verdad que esta nueva lógica sólo genera “cultura basura” mientras que la lógica de los monumentos, las grandes catedrales y la producción de documentos muy singulares habría creado ciertas garantías de “calidad”. Los ciudadanos consumidores de discursos simbólicos no son tontos. Cuanto más puedan mediar en la propia sanción de validación de los discursos, tanto más el nivel se elevará.
“Ciudadanía” es una palabra clave. He investigado acerca de cómo se pueden ir configurando nuevos modos de ciudadanía que establezcan lo que es comunitario por mutuo acuerdo, sin necesidad de grandes monumentos que sirvan como insignias de lo compartido. Esto se establecería alrededor de cosas muy puntuales, de preocupaciones o intereses en una problemática local, compartida por un pequeño grupo. Hasta cierto punto pienso en las ciudades que se construyen on line, pero también en una ciudad más volcada a los efectos de interconexión de unos con otros, un poco harta de una memoria que se fija en monumentos y lastra las posibilidades de actuar.”
LA N ACION : Domingo 26 de agosto de 2007

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