jueves, septiembre 27, 2007

183. ESA COSA LLAMADA ESCUELA

9,20 de la mañana. Mañana de primavera. El sol entra por las ventanas del aula e ilumina de luz tentadora los alumnos de segundo año. Son adolescentes (chicos y chicas de 16 años). “Vamos a dar clase afuera”, gritan. Hacemos una ronda bastante irregular porque el aula y los bancos no permite que todos estemos sentados cómodamente en círculo. Me siento entre ellos y me propongo desarrollar un tema que debería interesarles. Héroes y antihéroes en la literatura y en los medios. Nos disponemos a proseguir la lectura (guiada) de algunos Capítulos o Tratados del Lazarillo de Tormes. Cuesta arrancar con la lectura, vincular el episodio que leemos con las lecturas de los días anteriores (una semana, en realidad), interesarlos. Un grupo numeroso a la derecha no ha traído el libro (o directamente no lo ha comprado): primero tratan de atender pero luego las chicas escriben y completan un cuaderno con frases que pasa de mano en mano y los varones están pegando papeles de colores. No hablan, pero no participan. Leo con pasión, explico, voy guiando el recorrido de las páginas, trato de relacionar las aventuras del chico excluido y miserable del siglo XVI con las historias de nuestro tiempo. La clase está ordenada pero tengo la sensación de ser el único interesado en el tema. Hay una desconexión manifiesta entre sus mundos y el de la escuela. Felizmente suena el timbre y todos partimos.
10,45 de la mañana. Tercer año del polimodal: alumnos de 17 años (todos varones que finalizan la escuela media y que en breve estarán en la universidad). Ya hemos leído en días anteriores la primera parte del MARTIN FIERRO y estamos leyendo la segunda parte. No hay muchos libros. Casi nadie ha demostrado interés en adquirirlo (el valor del mismo es inferior a los $ 10 y – en el pizarrón – piden $ 5,00 para las bebidas de la previa del viernes próximo). He insistido en la necesidad de leer, de disponer de los materiales, en el valor de los libros, en el precio ínfimo de los mismos, en la formación de los hábitos. Semones, bah. Tengo una buena relación con el grupo. Hay mucha confianza y tolero que vayamos interrumpiendo los desarrollos explicativos con acotaciones, bromas, referencias. Damos vuelta – aquí la ronda de alumnos es mas chica y espaciada – leyendo cada uno una estrofas. Leen bien pero no escuchan a nadie. Cada uno atiende en el momento en que le toca leer, pero luego se desconecta para seguir con lo suyo. Hemos convenido la forma de trabajo pero no logran concentrarse.
Interrumpo: “¿Cuál es el juego? No entiendo qué es lo que quieren hacer. No es esta la forma en que quiero trabajar. No es ésta la forma en que ustedes cierran una etapa y se preparan para otra”.
Primero se callan, guardan un curioso silencio. Saben que mi pregunta es importante. Pero luego surgen las voces: “ Nada nos interesa. No es usted. No sos vos. Nada nos interesa”.
Contesto: “Tengan huevos y no vengan mas, rompan con todo, enfrenten a sus padres, a los directivos del colegio, a nosotros los profesores, quemen todo”.
Y surge la protesta. “¡No! A nosotros nos gusta venir. No nos gusta venir a estudiar, a escuchar, a aprender, a hacer esfuerzo. Nos gusta venir a encontrarnos con los amigos. Ellos son los importantes”. “¿No vio que los lunes no falta nadie?. Nos extrañamos, por eso venimos. Quedarnos en casa sería un bardo”.
Replico: “Pero la escuela no es un club, una esquina del centro, el bar de la previa o el quincho de la casa de alguno”…
Y gritan: “¿Por qué, no? Y si no es eso, ¿qué es?. Nosotros sabemos que debería ser un lugar de estudio, de esfuerzo, de trabajo, pero preferimos convertirla en un lugar de encuentro. ¿Está mal?” . Y alguien agrega, por las dudas: “Pero con vos, con tu Martín Fierro y todo lo que nos enseñás, todo bien. La cosa no es con vos, ni con los profesores. Es lo queremos”.
Insisto: “Pero plantéenlo, discútanlo con sus padres, con los directivos. Ya sé que no hay muchas posibilidades aquí… pero inténtenlo, al menos. Si ustedes vienen a encontrarse, ¿para qué estamos los profesores?”
Román, fresco como siempre, salta: “Sin la oposición, el enojo, el fastidio de los profesores esto no tiene gracia. Nosotros necesitamos que ellos nos enfrenten, se enojen, nos persigan. Es el juego de la escuela: eso la diferencia de los otros lugares. Aquí hay gente a quien le inoportuna lo que hacemos”.
Un par de chicos que han intentado seguir la lectura y que mayormente siguen las explicaciones cierran el debate: “¿Sabe lo que pasa? En la escuela, en el aula, no se aprende, no se estudia. Venimos a recibir las consignas para trabajar en casa. Y luego para las evaluaciones: con dos horas por día nos bastarían”.
Suena el timbre. Les comento brevemente una experiencia del pasado en la que los alumnos del último curso venían de manera mas “libre” a partir del último cuatrimestre… y me voy a la sala de profesores.
Mientras camino por las viejas galerías del colegio (en el que trabajo desde hace 30 años y hago bromas con los alumnos de diversos cursos que juegan con los resultados deportivos de los equipos) pienso en CELESTE (hace quince días que está en Bariloche con sus amigos del otro colegio): “¿Por qué tenemos que estar a las 7,30 de la mañana en la escuela? ¿Por qué tenemos que estar hasta las 12,30? Es inhumano. ¿Usted no se cansa? Con que vengamos a las 10 y nos vayamos a las 11,30, basta y sobra…¡para lo que hay que hacer!”

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