viernes, enero 23, 2009

368. LA IMAGEN DEL DOLOR

Allí estaba, en un rincón de la sala de terapia intensiva. Enferma entre los enfermos, anònimos, desconocidos. Sólo el dolor los unía. Allí estaba, aislada. sola. Nos acercamos a buscar una respuesta después de la operación que le extirpaba un órgano. 20 de enero. 20,30. La había traído a las 11. La había despedido rumbo a quirófano a las 14.00, Habíamos recibido el informe del médico a las 17,30. Allí estaba, con la boca seca, la mirada perdida, recuperándose de la anestesia y tratando de procesar ese dolor que le llegaba desde todo el cuerpo.
No era mi madre. No era la que siempre había visto. Era otra, sola, lejana, extraña, sumergida en la queja. Y la pena fue mayor cuando partimos: uno - en esos lugares - deja a los enfermos solos con su dolor. Uno vuelve a la vida: a las calles, a los autos, al insoportable calor del verano, a la preparación del verano, al sueño... pero en algún lugar y en soledad, alguien procesa su dolor.
Humano, demasiado humano. Y la seguridad de saber que ese es el rostro que nos espera, la soledad que nos aguarda, el destino de lo posible.

El juego del destino me había anticipado durante el 2008 el trabajo con enfermeros que cursaban su licenciatura. Hablamos todo el tiempo de situaciones teórica y, de pronto, sin planificarlo era yo el que iba como familiar de paciente a la práctica: a los sueros, a los oficce, a las enfermeras, a las visitas de los médicos, a los horarios, a los lugares habilitados y prohibidos, al lugar en el que el dolor se naturaliza. Allí estaba... y me preguntaba viendo desfilar - cargado de esperas y de paciencia - a tantos agentes de la salud... ¿cuando descansaba ese edificio, esas salas, esas galerías? No hay franco, vacaciones, pausas para la enfermedad, el dolor, la muerte.

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