domingo, mayo 06, 2007

083. LOS VERDADEROS PADRES

Algún día, cuando nuestros hijos hayan crecido, cuando lleguen a la edad justa en la que ya no nos admiren tanto como para perdonarnos todo, ni nos critiquen tanto como para culparnos de todo, en el momento justo en que se vuelvan adultos y dispongan de la lógica justa para entendernos como padres nos gustaría pasarles a limpio todo lo que hicimos para ayudarlos en el camino del crecimiento.

Es por eso que sería bueno que supieran que los amamos lo suficiente como para:

· Habernos puesto siempre de acuerdo con respecto a la educación y el crecimiento de cada uno de nuestros hijos. Podíamos tener otros desacuerdos pero nunca con respecto al bien de ellos.

· Haberles preguntado siempre a donde iban, con quienes salían y a que horas regresarían, y en cada caso dar nuestro parecer al respecto.

· Preocupamos por marcarles un camino, un criterio y señalarles lo que estaba bien y lo que no debían hacer. Y también para hacerles reconocer las culpas y tratar de arrepentirse de las cosas que no eran las adecuadas y para reparar el daño producido.

· No quedarnos callados y hacerles saber – aunque no les gustara – que ciertos lugares o ciertos amigos no eran convenientes, que ciertas expresiones eran incorrectas, que algunas conductas debían corregirse.

· Aguantarnos las protestas, las contestaciones, los llantos, los enojos, el malhumor, los silencios, los portazos cuando recibían de nosotros una respuesta que no era la que ellos aguardaban.

· Muchas veces aconsejarlos, decir o decidir precisamente lo contrario de los que sus compañeros y amigos pensaban, argumentando que sus padres los respaldaban.

· Quererlos no sólo cuando les entregábamos regalos también cuando les pedíamos cosas difíciles, esfuerzos o renuncias, trabajos u obligaciones y les dábamos razones para exigirles.

· Confiar en ellos pero al mismo tiempo estar vigilantes ayudándolos a crecer.

· No hacer nosotros lo que los hijos debían hacer, ni quitarles las responsabilidades porque hubiéramos traicionado el crecimiento de cada uno.

· Cumplir siempre la palabra y las promesas, tanto cuando los premiábamos como cuando los teníamos que reprender o castigar.

Muchas veces nos costaba hacer todo esto, alguno de nosotros dos se desanimaba o quería dar vuelta atrás… pero seguimos convencidos hasta el final que era lo mejor para ellos. No nos resultaba fácil como padres que nos compararan con otros padres que parecían mas simpáticos, compañeros, complacientes, generosos, pero estábamos convencidos de que nuestra tarea, aunque difícil, a la larga traería todas las recompensas. Porque no éramos nosotros los que debíamos triunfar sino nuestros hijos, acostumbrándose a caminar por la senda correcta. No hay ningún secreto: uno siempre cosecha lo que en algún momento ha sembrado, y en la vida de los padres la educación de los hijos es siempre la mejor siembra.

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