
Páginas de filosofía, educación, literatura, cine, sociedad, política, tecnologias. Cosas de la vida misma, que se cruzan y se entremezclan. Frecuentemente las mejores ideas son al mismo tiempo imposibles y necesarias. Son propias o son ajenas, están disponibles o es necesario salir a buscarlas para exhibirlas. Anunciarlas, difundirlas o denunciarlas es una manera de crear las condiciones para que sean definitivamente posibles.
EL INICIO = “Un escritor nunca olvida la primera vez que acepta unas monedas o un elogio a cambio de una historia. Nunca olvida la primera vez que siente el dulce veneno de la vanidad en la sangre y cree que, si consigue que nadie descubra su falta de talento, el sueño de la literatura será capaz de poner techo sobre su cabeza, un plato caliente al final del día y lo que más anhela: su nombre impreso en un miserable pedazo de papel que seguramente vivirá más que él. Un escritor está condenado a recordar ese momento, porque para entonces ya está perdido y su alma tiene precio.
Mi primera vez llegó un lejano día de diciembre de 1917. Tenía por entonces diecisiete años y trabajaba en 
La noche en que iba a cambiar el rumbo de mi vida, el subdirector del periódico, don Basilio Moragas, tuvo a bien convocarme poco antes del cierre en el oscuro cubículo enclavado al fondo de la redacción que hacía las veces de despacho y de fumadero de habanos. Don Basilio era un hombre de aspecto feroz y bigotes frondosos que no se andaba con ñoñerías y suscribía la teoría de que un uso liberal de adverbios y la adjetivación excesiva eran cosa de pervertidos y gentes con deficiencias vitamínicas. Si descubría a un redactor proclive a la prosa florida lo enviaba tres semanas a componer esquelas funerarias. Si, tras la purga, el individuo reincidía, don Basilio lo apuntaba a la sección de labores del hogar a perpetuidad. Todos le teníamos pavor, y él lo sabía.”
EL FINAL = “Le miré a los ojos y asintió. Sentí que se me helaba la sangre. Podía intuir las facciones, pero la mirada era inconfundible.
-Cristina, saluda a mi amigo David. A partir de ahora vas a vivir con él.
Intercambié una mirada con el patrón, pero no dije nada. La niña me tendió la mano, como si hubiese ensayado el gesto mil veces, y se rió avergonzada. Me incliné hacia ella y se la estreché. 
-Hola-musitó. 
-Muy bien, Cristina -aprobó el patrón-. ¿Y qué más?
La niña asintió, recordando de pronto. 
-Me han dicho que es usted un fabricante de historias y de cuentos. 
-De los mejores -añadió el patrón.
-¿Hará uno para mí?
Vacilé unos segundos. La niña miró al patrón, inquieta.
-¿Martín? -murmuró el patrón.
-Claro -dije finalmente-. Te haré todos los cuentos que tú quieras.
La niña sonrió y, aproximándose a mí, me besó en la mejilla.
-¿Por qué no vas hasta la playa y esperas allí mientras me despido de mi amigo, Cristina? -preguntó el patrón.
Cristina asintió y se alejó lentamente, volviendo la vista atrás a cada paso y sonriendo. A mi lado, la voz del patrón susurró su maldición eterna con dulzura.
-He decidido que iba a devolverle aquello que más quiso y que le robé. He decidido que por una vez caminará usted en mi lugar y sentirá lo que yo siento, que no envejecerá un solo día y que verá crecer a Cristina, que se enamorará de ella otra vez, que la verá envejecer a su lado y que algún día la verá morir en sus brazos. Esa es mi bendición y mi venganza.
Cerré los ojos, negando para mis adentros.
-Eso es imposible. Nunca será la misma.
-Eso dependerá sólo de usted, Martín. Le entrego una página en blanco. Esta historia ya no me pertenece.
Oí sus pasos alejarse y cuando volví a abrir los ojos el patrón ya no estaba allí. Cristina, al pie del muelle, me observaba solícita. Le sonreí y se acercó lentamente, dudando.
-¿Dónde está el señor? -preguntó.
-Se ha marchado.
Cristina miró en derredor, la playa infinita desierta en ambas direcciones.
-¿Para siempre?
-Para siempre.
Cristina sonrió y se sentó a mi lado.
-He soñado que éramos amigos -dijo.
La miré y asentí.
-Y somos amigos. Siempre lo hemos sido.
Rió y me tomó de la mano. Señalé al frente, al sol que se hundía en el mar, y Cristina lo contempló con lágrimas en los ojos.
-¿Me acordaré algún día? -preguntó.
-Algún día.
Supe entonces que dedicaría cada minuto que nos quedaba juntos a hacerla feliz, a reparar el daño que le había hecho y a devolverle lo que nunca supe darle. Estas páginas serán nuestra memoria hasta que su último aliento se apague en mis brazos y la acompañe mar adentro, donde rompe la corriente, para sumergirme con ella para siempre y poder al fin huir a un lugar donde ni el cielo ni el infierno nos puedan encontrar jamás.”

Nordeste (2005)Juan Solanas 
España, Bélgica, Argentina y Francia.104 min.
La tierra nace, crece, se desarrolla. Aquel que la habita es aceptado por la tierra, es parte de ella y queda determinado por la misma, adquiere sus caracteres fundamentales, se filtra entre sus grietas, entre lo áspero y lo bello se relaciona con lo que lo rodea de manera carnal, animal. Entre el habitante y la tierra se establece una relación de amor y odio, hay senderos pero es posible ver por momentos algunas porciones de luz que se cuelan. En una relación perversa la convivencia a pesar de todo es posible, la tierra se deja contemplar y el habitante la nutre con sus manos, con su cuerpo. Cuando el habitante es un extranjero la tierra se molesta (la tierra sabe muy bien quién es o no un intruso), predomina la neblina: tiniebla, humo, principio de fuego. El extranjero en la tierra es un no parido que viene a poseerla, a apropiarse de su humedad, de su sangre, viola la tierra, la explota, le arranca sus entrañas. Todo lo que el extranjero toca se convierte en mal nacido
La tierra es dueña de todo, todo lo que la rodea está supeditado a su forma, su atmósfera corre por los huesos del habitante y de manera inevitable por los del extranjero.

No es un gran película, pero en su simplicidad clásica (unidad de tema, de lugar, de tiempo, de contados personajes) radica el secreto de la historia. Por supuesto que hay un norteamericano (aunque sea de origen polaco) que vive añora un país que ya no es (fábricas, costumbres y vecinos) y que pretende domesticar o civilizar por las buenas o por las malas a los extraños que lo rodean. Easwood sigue siendo el mismo de las películas anteriores, pero hay algo de simpático en esa figura aislada, gruñona, opuesto a todo, que mantiene conservada e intacta su casa a pesar de la ruina de las casas que lo rodean, que vive del pasado (Corea, Ford, el Gran Torino, su vieja camioneta), que tiene todo resuelto en su vida y que prefiere no depender de nadie, ni siquiera de sus hijos.
Hay algunos detalles valiosos: el primero es la forma de resolver el conflicto final: la lucha definitiva en la que el héroe deberá vencer a todos sus oponentes, se ve sustituida por una curiosa inmolación publica, como prueba indiscutible para la intervención de la justicia. El razonamiento parece ser: “No puedo destruirlos legalmente; como de todas formas estoy próximo a morirme, hago que mi muerte represente para todos ellos su condena y legitime la intervención de la justicia. Segundo, la presencia de esa extraña comunidad de orientales ,la comunidad Hmong, una etnia de 18 clanes distribuida entre las montañas de Laos, Vietnam, Tailandia y otras partes de Asia, que se trasladó con muchas penalidades a Estados Unidos tras su participación en 
Y el tercero, la presencia, las discusiones y las razones del joven cura que discute con el viejo Walt Kowalski.

La historia – no la película que se inicia con escena de 1995 - comienza en 
Un día – después sabemos por qué – Hanna que trabaja como guarda en el tranvía que usa Michel y que ha sido premiada por su bien desempeño, desaparece un misteriosamente dejando a Michael desorientado y obligado a encontrarle destino a su vida. Ocho años más tarde, siendo estudiante de Derecho, Michael participa de un seminario que dicta un prestigioso profesor y al que asisten muy pocos alumnos: como parte de su aprendizaje asiste a uno de los juicios por los crímenes nazis: juzgan a seis mujeres responsables de algunas acciones en campos de concentración. Se queda atónito al encontrarse de nuevo con Hanna: es una de las acusadas. A medida que se va revelando el pasado de la mujer  - también en el campo de concentración elegía algunas mujeres que debía ser ejecutadas para que le leyeran libros -, Michael descubre un profundo secreto que tendrá un gran impacto en la vida de ambos, pero no se atreverá a revelarlo, aun sabiendo que se trata de un elemento esencial para determinar la responsabilidad relativa o absoluta de la mujer. 
Hanna es condenada y Michel no logra vencer su resistencia para verla y hablar con ella en la cárcel. Arma su vida, se casa, termina su carrera como abogado, tiene una hija… y trata de mitigar la larga condena de Hanna con el envío de libros leídos y grabados. Ella – con mucho esfuerzo – aprenderá, tardíamente, a leer y a escribir, como respuesta a su esfuerzo.
Cuando finalmente puede recuperar parte de su pasado, todo se desmorona y Michel sólo puede recuperar su legado y su voluntad de ayudar a los sobrevivientes del holocausto.
La historia misma es sorprendente, porque no sabemos por dónde nos llevará la historia. Hay escenas y diálogos que sólo reflejan la situación de Hanna y Michel… pero hay otros que reflejan toda la problemática de 
De alguna manera el MICHEL que sufre en el juicio y no tiene atrevimiento para intervenir, logra redimirse cuando se hacer cargo de su pasado (finalmente confiesa lo que ha vivido), acepta darle protección a HANNA, y producido el suicidio, obedece lo dispuesto en el testamento.
Es verdad que hay cuestiones que no se plantean: Hanna no parece plantearse la legitimidad de la relación, así como no revela nada de su pasado, ni confiesa son claridad que es analfabeta (tal vez la única dignidad que defiende, aun en una situación límite). Tampoco Michel parece encontrar algo cuestionable en sus actos. Nada se pregunta sobre esa extraña mujer que se entrega sin reparos. Y le cuesta decidir entre lo que significa esa mujer del presente mediato para él y lo que ha significado para las miles de víctimas que pueden reconocerla. Y Hanna que – a diferencia de las demás acusadas – confiesa todo, no siente culpa. Hizo lo que podía hacer en ese momento y quiere juzgarlo con el criterio con que en ese momento debía proceder (ej. dejar encerradas a las 300 prisioneras que mueren dentro de la iglesia incendiada, obedeciendo la orden que habían recibido).
El lector (Der Vorleser, en alemán = literalmente "el lector en voz alta") es una novela escrita por Bernhard Schlink y publicada en 1995.  A  través de la historia hay una nueva mirada sobre el holocausto y la forma con que fueron juzgado los culpables: no todos los condenados fueron los verdaderos culpables.


Se conocieron, trabajaron simétricamente la conquista, se enamoraron, se amaban. Poblaban de proyectos sus encuentros.  Furtivos, tramposos. Ambos lo sabían. Ana María sabía a quien traicionaba y Jordan era consciente de sus engaños. Se encontraban puntualmente. Dos veces por semana. Jordan apuraba sus trámites en el trabajo. Ana María se apresuraba para cerrar sus clases en la facultad. El mencionaba en casa reuniones de trabajo o encuentros de negocios. Ella, reuniones de departamento o compromisos académicos con alumnos o colegas.  Jordan estacionaba el auto en el lugar acostumbrado y se quedaba escuchando algo de música, relajado.  Ana llegaba al rato, con pasos misteriosos. Nunca fallaban, nunca equivocaban los lugares ni los horarios. No necesitaban utilizar sus celulares. Se encerraban en el auto y a partir de allí ponían en movimiento otro universo.
Jordán sabía que engañaba a Mariana. Ana María sabía que la esperaba Horacio. No había culpa, pero ambos eran conscientes. Cuando las defensas racionales de Ana María bajaban y se entregaba sin límites, y cuando Jordán se enloquecía ella ponía la necesaria cuota de razón. “Cuando más controlado, mas descontrolados”, decían. “La mayor prudencia para el goce mas atrevido”, repetían. Las simetrías se multiplicaban – como en espejo – hasta el infinito. Incluso los regresos, puntuales (y en horarios prudentes) les regalaban un recibimiento cálido en los dos remotos hogares.
Curioso sin embargo. No todo puede ser perfecto. O tal vez si. Mariana y Horacio se habían acostumbrado a las puntuales ausencias, a las programadas esperas y por azar u oportunidad se conocieron: hicieron un esfuerzo mínimo para aprovechar juntos esos huecos que el horario familiar les regalaba. Mientras Ana María se encontraba con Jordán y buscaban juntos algún lugar tranquilo, ellos cómodamente aprovechaban la casa de uno o de otro, refugios seguros hasta que regresaran. Ni Horacio ni Mariana daban detalles de sus parejas: nunca imaginaron que devolvían las traiciones, que repetían los rituales, que la simetría se multiplicaba en los espejos de las relaciones. Nunca supieron los unos de los otros. Nunca sospecharon. 
Regresaban y se encontraban sin conflictos, sin rencores, sin reclamos. Pulcros, contentos, satisfechos, plenos. Y a veces – cada uno en su lugar – para calmar cierta remota culpa o subjetiva sospecha se amaban sin pasión pero con total entrega para demostrar lo indemostrable.
Cierta vez, alguien no llegó a la cita. O el regreso fue mas temprano del acostumbrado o algo alteró los planes. El mundo y la historia están atravesados por la contingencia, no por la necesidad. Y hasta las simetrías más perfecta suelen romperse.
En algún lugar ríe Cervantes y las historias del Quijote en los capítulos 33,34 y 35 de la primera parte. 
GONCALO TAVARES (ANGOLA. 1970)
PALABRAS, ACTOS
“La ironía enseña a sabotear una frase
Como se hace con un motor de automóvil:
Si sacas una pieza la máquina no anda, si mueves
en el verbo o en el sustantivo una letra 
La frase trágica se torna divertida 
Y la divertida, trágica.
Este casi instinto de rasgar las frases me protegió
Desde nuevo, de aquello que todavía hoy recelo: transformar 
la lengua en un Dios que salve, y cada frase en un ángel
Portador de verdad. Sacar seriedad del acto de escritura
Lo aprendí en la infancia
Sacar seriedad de los actos de la vida
Comencé a aprenderlo apenas después de salir de ella, y espero
Envejecer perfeccionando esta desilusión.”



